Si ya es difícil mantener entretenidas a cien personas con una simple película, imagínense si esa simple película es muda. Esta es, sin duda, la gran virtud de este film, dirigido por Michel Hazanavicius, que con este homenaje al cine mudo nos hace comprender que algo aparentemente tan vital para el cine como el sonido no es más que un añadido a la imagen, la imagen, aquello que en realidad nos fascina a todos, y nos lleva fascinando toda la vida (aunque hasta ahora no nos hayamos dado cuenta). Lo poco que se le echa de menos al sonido en la película se ve reflejado al final, cuando por fin entra en presencia como si fuera un extraño, como si no nos hubiéramos dado cuenta de su ausencia. Como si en realidad, el cine siguiera siendo mudo.
Antonio Álvarez
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