En una
aldea abandonada, vive el espíritu de Luna.
Una niña con ojos negros como la
noche y pelo castaño oscuro que le llega hasta los hombros, su piel es blanca y
brilla cuando se para debajo de una luna llena o tal vez es el color que los espíritus
adoptan después de estar años atrapados.
Los que
pasan por aquella aldea solo encuentran ruinas, el suelo estaba negro de polvo
de la noche del fuego, las paredes de los edificios que seguían en pie, se decía que aun estaban calientes.
Pero lo que mas les alucina pero a la vez les entra miedo, es que cada luna
llena, una niña anda por las ruinas, con una sonrisa.
Se le
ve corriendo hacia el bosque, que ahora rodea la aldea, y desaparece después de
correr detrás de un pozo viejo. Pero lo
que mas les asombra es que aunque sonríe, sus ojos cuentan otra historia.
Aquellos ojos nunca deberían estar en la cara de ningún niño.
Tristeza,
confusión, esperanza, maldad.
Todos los que la habían visto contaban la misma
historia, ver aquellos ojos, era como ver miles guerras desenvolviéndose de
una.
Pero
una luna llena, mientras una familia de tres, dos padres y un niño pequeño,
pasaban por la abandonada aldea para llegar más fácilmente a su destino se encontraron frente al espíritu. Los
padres no podían ver nada, mientras su
hijo se quedaba mirando a la distancia.
Luna le
miraba sonriendo, sus ojos ahora verdes claros como las esmeraldas, le extendió
la mano para que la cogiese y espero.
El niño
se quedo mirándola sorprendido, no sabia que hacer. Algo le decía- no, gritaba
que no debería darle la mano pero se la dio de todas maneras. Extendió su mano
lentamente hacia ella y le cogió la mano.
Sus
padres miraban con horror mientras su hijo estiraba la mano y cogía algo que no
estaba ahí. No sabían que hacer, sus ojos tenían una nube clara cubriéndolos
que nunca habían visto antes.
Estaban
indefensos mientras su hijo era llevado por una entidad invisible dentro del
bosque hacia el pozo viejo.
De
repente ven como su hijo desaparece
entre las plantas y no vuelven a verlo hasta la próxima luna llena.
Se
habían quedado buscando el bosque como locos, hasta que después de 28 días
aparece su hijo en el suelo durmiendo inocentemente sin ningún rasguño en su
cuerpo.
Sus
padres van ha abrazarlo y se ponen a llorar de alegría pero el solo les
pregunta.
-Mama,
Papa, creéis en ángeles?
No
sabían que responderle, era una pregunta inesperada, se quedan por un rato
confundidos hasta que la madre se echa a llorar, no de alegría sino de
tristeza. Su hijo no estaba vivo.
Su
madre le toca el cachete y le dice –hijo mio, siempre serás mi ángel- y con eso
lo abrazo fuerte y no quiso soltar.
Poco a poco él iba desapareciendo, hasta
que desapareció completamente dejando a su madre abrazando el aire.
No
había rostro de él. Solo había dejado una pluma blanca detrás.
El
padre cogió la pluma y la guardo, era lo único que quedaba de su hijo y no iba
a perderlo.
Mientras
los padres lloraban por la perdida de su hijo, en la distancia los miraba una
niña con una sonrisa macabra. Sus labios se habían convertido en un color rojo
sangre.
Y sus ojos ya no mostraban la inocencia que solía haber. Ahora una
mirada desagradable ocupaba su cara mientras miraba a las distancias.
No
habían quemado la aldea sus residentes sin razón. Intentaron librarse de un
mal, un mal que nadie podía parar, pero tal vez algún día, alguien sabrá como
destruirla, pero hasta entonces, cualquier niño que pisaba sus tierras era victima de sus ataques
y sus mentiras.
Isabela. 3 ESO A
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