Se levantó,
se desperezó y abrió las ventanas. Los primeros destellos del alba inundaron
aquel triste habitáculo. El viejo reloj de cuco marcaba las seis y media, como
siempre llegaría puntual al trabajo; bien aseado, engominado y con su traje
bien pulcro. Cuánto odiaba aquel trabajo, en aquella pequeña oficina, atestada
de gente correteando por un lado y por otro, con un intenso olor a tabaco insoportable.
Lo único que l gustaba de aquella oficina era su máquina de escribir, aquella
vieja Underwood con las teclas desgastadas, le encantaba escribir con esa
máquina, el tintineo le producía una sensación inexplicable; como si volviese a
estar en casa viendo dibujos animados; lo rejuvenecía.
Llegó a la
oficina, le esperaba un día normal y corriente, como cualquier otro; debía
redactar unas cuantas cartas, actualizar alginas libretas, unas pocas reuniones
para conceder créditos… Tardó en fijarse en la nota escrita a mano, “Ven a
hablar conmigo, urge”.
El camino
hacia el despacho se le hizo eterno, empezó a comerse el coco pensando en que
diantres querría. No se había metido en ningún lío, siempre hacía todo lo que
se le mandaba a su debido tiempo… Quizás traía buenas noticias; un ascenso, un
aumento de sueldo… Él no quería especula.
Golpeó tres
veces la puerta y tragó saliva.
-Adelante-.
Contestó su jefe con voz ronca-Toma asiento.
Mientras e dirigía
hacia el sillón las ideas seguía correteándole por la cabeza. Se fijó en su
jefe, en su aspecto ridículo. Era un hombre bajito y regordete, se asemejaba a
un barril de cerveza. Su pelo canoso le delataba, debía rondar entre los
cincuenta y cinco y los sesenta años. Esa mañana se había engominado el poco
pelo que tenía, con la esperanza de parecer más joven, fingiendo ser “modernillo”.
Tenía un bigote descuidado con el límite impregnado de nicotina, debido a la
cantidad inmensa de cigarrillos que fumaba; eso sí, el bigote era bastante
poblado, aunque le quedaba muy ridículo ya que daba la sensación de que quería
subrayar la protuberante nariz que el hombre tenía.
-Te
preguntarás porque te he llamado. Bien, ¿cuánto tiempo llevas trabajando en
esta empresa?- Preguntó el hombre.
-Este
octubre hará dieciocho, señor.- Contestó él con un hilillo de voz, se temía lo
peor.
-¿Y cuántas
veces te hemos ascendido o aumentado el sueldo?- Preguntó en tono cortante.
-Ninguna,
señor.- Contestó ya más relajado.
-¿Y te has
preguntado alguna vez por qué? Pues bien, yo te lo diré. Eres una persona que
estás, pero no te haces notar. Eres un hombre sensato, honesto, muy trabajador
y no te andas con tonterías. Nunca he tenido una sola queja sobre ti, eres como
un reloj. Pero tampoco he tenido ninguna muestra de agradecimiento por parte de
un cliente, careces de tacto, de alegría, de pasión por tu trabajo, de ganas
por mejorar. Veo en ti una persona apagada, y corrígeme si no hemos hablado ya
de esto.-Señaló.
-No, señor,
está usted en lo cierto.-Contestó cohibido.
-Pues bien,
amigo mío, a pesar de que hemos hablado del tema no te veo reaccionar. Quiero
que cambies, un día de estos la vida te va a dar un revés y veo que no te
levantarás. Se más alegre hombre, sonreír es gratuito.-Dijo dándole una
palmadita.
-Verá señor,
me va a permitir que rechace su proposición. Llevo toda mi vida siendo así y aquí
estoy, vivo, no muy feliz pero vivo. Estoy seguro de que muchísima gente es
igual de infeliz que yo, a diferencia de que estos intentan algo que todos
sabemos que es imposible, alcanzar la felicidad. Yo ni lo intento, no quiero
llegar al final de mi vida y darme cuenta de que todos mis esfuerzos por ser feliz
fueron en vano, simplemente ni lo intento. Así que no voy a hacer lo que usted
me dice.
Además, ¿qué
me puede aportar tal cosa? Relacionarme no se me da bien, la alegría me
abandonó nada más pisar este mundo. Acaso se esforzaría usted en robar una
barra de pan sin ninguna necesidad, no. Acaso voy a comportarte yo más
jovialmente si tengo todo aquello que necesito para vivir, tampoco. Yo estoy
aquí de paso, atrapado como todos, en este mundo. Pero a diferencia de todos
ustedes yo no me comporto como un imbécil con tal de perseguir la felicidad,
sabiendo que nunca la alcanzaré.
¿No ve que
si salimos de entre las piernas, al lado del trasero, no es por otra razón sino
que la vida en sí es una mierda, maquillada para que estúpidos como usted crean
que es maravillosa?-Concluyó. Salió del despacho, observando a su jefe boquiabierto.
Recogió su Underwood y se marchó para no volver.