miércoles, 12 de diciembre de 2012

El Invierno

Sonó el despertador, justo a las 7 de la madrugada, con una musiquita bastante pesada y repetitiva. Me levante, me vestí y me preparé para ir a la escuela. Me cepillé el pelo y me arreglé sin ganas, sentía como iba a morir, necesitaba dormir, por lo menos un poco más, pero sabía que si volvía a la cama, aunque sea 2 minutos, nunca más saldría. Eran las 8, salí de casa, hacia muchísimo frio, hacia tanto frio que hasta el aire era cristalino. Los coches estaban congelados y empapados de nieve, el pavimento tenía una capa fina de hielo y una manta blanca de nieve  por encima. Quería correr para no perder mi autobús pero tenía miedo de resbalarme, caminé lo más rápido posible con mis botas hundidas en la nieve. Llegué a la parada del autobús sin poder sentir los dedos de mis pies. Había llegado justo a tiempo, mi autobús estaba dando la vuelta. De mi bolsillo, con mis manos medio endurecidas, saqué mi tarjeta. El autobús estaba lleno de gente con capas y mas capas de abrigos, las ventanas del autobús estaban llenas de vapor por la pesada respiración de los pasajeros. Por suerte, había un asiento atrás de todo,  me pase todo el viaje sentada leyendo un libro. Cuando llegué, camine muy despacio hacia el colegio, paso a paso. Con mucha fuerza, tuve que arrastrar mis piernas a través de la nieve. Di la vuelta a la esquina, no había nadie, nada, solo un papel en la puerta de la escuela. Lo cogí con mis manos temblorosas y lo leí. No podía creer lo que estaba leyendo, entonces lo leí una vez más en voz alta para que lo tuviese que oír con mis propios oídos. ‘El colegio esta cerrado hasta que se vaya la nieve (aproximadamente 2 semanas)’. En mi mente estaba un poco enfadada porque me tuve que despertar temprano y tuve que pasar frío, pero pensé otra vez...“No hay cole por 2 semanas, justo las semanas que hay exámenes. ¡No hay colegio en dos semanas!, ¡No hay colegio en dos semanas!, ¡ puedo dormir hasta tarde y estar en la cama todo el día!”. Gritaba con muchísima felicidad, el que me hubiera mirado hubiera pensado que estoy loca, pero no me importaba, estaba feliz, extremadamente feliz. Volví a casa en el mismo trayecto pero con una sonrisa de oreja a oreja. Llegué a casa, me saqué el abrigo enorme y las botas y me tire en mi cama a dormir una horita más.

Una Manyana en Madrid


                   
Madrid, cuando pensamos en Madrid nos viene a la cabeza esa ciudad en el centro de España que emana poder, para mucha gente es otro punto en el mapa sin importancia e incluso para algunos un infierno hecho de asfalto.
En los tiempos que Samuel vivía en Madrid era un poco de las tres. Os voy a contar uno de sus días. Ese día se levantó por la mañana para ir a trabajar, se vistió , preparó sus tostadas de aceite y ajo y su café, las olisqueaba un poco y se las comía y después  se temaba su café, todo excepto el último trago de la taza de café y después  salía hacia un  nuevo día, cada vez que esto pasaba se  encontraba al mismo barrendero pasar su escoba por la acera de la calle, también siempre estaba su vecina, una anciana con más arrugas que años regando las plantas de su terraza, siempre a la misma hora, y en la esquina de la calle donde vivía Samuel, estaba todos los días un negrito vendiendo periódicos que podías encontrar gratis dos calles más allá y el como un buenazo le compraba uno cada miércoles. Despues de pararse a pensar en esos tres ciudadanos, recordó que tenía una reunión importante en el centro de Madrid y que no quería llegar tarde.




jueves, 6 de diciembre de 2012

Una tipica manana

Abrí las cortinas dejando que la luz del día me terminase de despertar, bajé abajo lentamene para no caerme ya que aún estaba algo atontada. Fuí a mi derecha para llegar a la cocina donde ví la taza de té de mi madre ya terminada, eso me indico que ya había salido a la tienda a por el pan fresco, recién hecho, una barra caliente con la miga blanda y la corteza lo suficientemente cujiente.
Cojí la caja de galletas maría y un vaso de leche, lleve esas dos cosas a la mesa del salón y me senté en la cabeza de la mesa que es donde me siento todas las manana. Me comí 6 galletas y un platano del frutero situado enfrente mía como todos los dias.
Al terminar de desayunar me metí en la ducha y me vestí, preparandome para salir de casa e ir al instituto, salí por la puerta de mi piso y después de pasar por el jardín llegué a junto el portero donde le dije buenos dias y al fin me dirigí  hacia la estacion de metro.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

“Devuélveme todas las palabras que te he dicho, porque te he estado mintiendo”.


“Devuélveme todas las palabras que te he dicho, porque te he estado mintiendo”.Esas fueron las ultimas palabras que le dirigio Rocio.

 Jorge aún sostenía todas las cartas que ella le había mandado, estaba buscando minuciosamente alguna señal del pasado a la que hubiese tenido que prestar atención anteriormente para hader prevenido la catástrofe ocurrida aquella tarde.

Estaba sentado en su gran salón enfrente de la terraza, desde donde podía ver todo lo que ocurría en Gran Vía,como, por ejemplo, que en la acera de enfrente a la derecha la panaderia de los hermanos Oubdil se ponia en marcha con cansancio, y su competencia  aun no habia despertado.Llevaba en contemplando las calles desde que había llegado a casa, que aunque solía ser  a media tarde, esta vez ni siquiera se dignó a aparecer en la cena, y se atrevió a volver a entrar por la puerta de roble de la entrada ya pasadas las once de la noche.

Acto seguido, entró en su habitación y sacó un baúl en el que guardaba las cartas de Rocío y comenzó a leerlas una detrás de otra hasta que amaneció. 
Fue entonces cuando decidió levantarse y desayunar algo aunque la falta de apetito se lo impidió, debido a la larga y tortuosa noche que había pasado recordando  a lo que él creía el amor de su vida.

Ella nunca había creido en el amor, pero por mas que repetía lo inútil que lo encontraba, mas afán de conseguir su cariño tenia Jorge, conseguir que la chica del corazón helado amase le realmente .
Pensando en esto abrió el grifo, mientras las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo y observaba el mármol del baño, el cual oscurecía en el espacio que quedaba entre las baldosas, que relucían como nunca lo habían hecho antes.

martes, 4 de diciembre de 2012

Por Culpa De La Lluvia



Ahí estaba el, debajo de una cubierta al lado de la estación de tren. No estaba allí esperando a alguien sino que al empezar a llover se había puesto debajo para no mojarse y se había quedado ahí embobado y sin darse cuenta de lo que hacia. Iba para su trabajo, bien vestido con traje y corbata, el traje de un azul imponente, los zapatos que fácilmente se podían utilizar como espejo de lo relucientes que estaban, una camisa blanca y una corbata que era difícil distinguir si era roja o granate, toda su ropa con aquel especial olor a puro que se podía oler sin problema . Estaba como iba todos los días, con el pelo peinado hacia atrás con un toque de gomina para que se le quedase así todo el día, y por supuesto recién afeitado como le gustaba a él. Le empezó a sonar el móvil que se había comprado hace apenas un mes, era su jefe que le preguntaba donde estaba y el desorientado contesto: ``Lo siento, ahora mismo voy para allí y te lo explico todo’’, al ver que ya llegaba media hora tarde, se puso en el medio y medio de la carretera y paro un taxi, su día ya empezaba mal.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Cómo pasó?


Mientras Tariq y yo esperábamos el autobús en la parada de delante de su casa me hablaba a de los valores que un buen joven tenia que tener en cuenta y de que no debía responder a las burlas que recibía por mi procedencia, sino que debía soportarlas.
Cuando llegó el 27, subimos al piso superior y nos sentamos en dos de los cuatro asientos que dan la ventana frontal. Ahí Tariq siguió hablando sobre cómo debía comportarme a mis 8 años, entre otras cosas, hasta que pasamos por delante del centro de primeros auxilios. Entonces pulsó el botón, se levantó y me llevó de la mano hasta abajo. Se abrieron las puertas y bajamos.
Yo seguí recto hacia dentro de la escuela y él hacia la derecha, hacia el local de la familia, pero cuando estaba cruzando la calle a toda prisa, como hace siempre, vino un camión y se lo llevó un par de metros hasta que frenó y mi hermano salió volando hasta que se estampó contra el último coche de la hilera que esperaba al semáforo.
Así es como pasó, mamá.

Por Pedro Ferrer

miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA REBELDÍA DEL MOMENTO


Tardó unos segundos en encajar la antigua llave en la vieja cerradura. Mientras otros usaban extrañas tarjetas para abrir puertas automáticas, el usaba una llave que recordaba a la de los castillos, pero le daba igual. Sus ojos estaban entreabiertos aunque su cabeza seguía estando entre las sábanas de la noche. La cafeína del café que había dejado insensible su lengua, no tardaría en hacer efecto. Cuando por fin consiguió salir, el cortante viento abofeteo su cara de lado a lado. El frío era una realidad y el calor una mentira más. Miró a un lado y a otro de la calle. Algún tímido peatón ya se aventuraba a empezar el día y salían de las casas, gemelas e idénticas a la del joven salvo por el número de sus puertas. Alcanzó a ver como el autobús 77, detrás del cual había corrido tanto, giraba la esquina dirección Plaza de Castilla. Ya nunca más se preocuparía por el transporte público, ahora tenía su moto. Esa moto roja de la que no se separaba y que había heredado ya con rasguños de su tío. Con un rápida palmadita quitó el rocío del asiento y encendió el motor. Iba tarde. Llegó a la bifurcación como todas las mañanas. Hacia la derecha el instituto, hacia la izquierda la imperial autopista A3. Hacia la derecha la pereza, hacia la izquierda la libertad. Contrario al dicho debió pensar que mas vale nunca que tarde. La decisión estaba tomada. Giró lentamente y encaró la recta carretera por la que tanto le gustaba ir superando el límite de velocidad. Por un día…

Por Pedro Montero de Espinosa Moya

Aún recuerdo la primera vez que vi a Javier entrar en clase. La profe de Lengua nos lo presentó, y nos dijo que se tuvo que cambiar de colegio por movidas de trabajo de sus padres, así que si entre todos le ayudábamos, seguro que su adaptación sería más fácil y rápida. Recuerdo que se quitó la gorra e iba con el auricular de su Ipod colgando (de hecho, parece que los auriculares son una prolongación de su oreja, ¡porque no se los quita ni en la ducha!), y se sentó justo delante mío, aprovechando que había una mesa vacía. Al principio no me llamaba la atención porque notaba que le costaba mucho entablar conversación, se pasaba el día pendiente de la pizarra y en las horas muertas entre clase y clase, sólo hacía que desconectar escuchando su Ipod. Luego, con el tiempo, vi que cada día era más sociable y, sobretodo, que tenía un sentido del humor único. ¡Me partía la caja con él! Siempre tenía una anécdota, un chiste o una imitación súper divertida con la que no paraba de reír… ¡Lo peor era cuando me pillaban los profes! Más de una vez me habían echado por su culpa, porque no podía aguantar las carcajadas de su última broma… En fin, que estaba tan acostumbrada a Javier y a sus bromas, que esperaba con ansia que llegara el lunes para volverme a encontrar con él y sus movidas. Pasaron los meses, el curso avanzaba, y sentía que necesitaba verle más y estar con él. Y como era de esperar, me quedé pillada. Mi madre siempre dice que cuando te lo pasas bien, el tiempo pasa muy deprisa… y efectivamente, así fue. Nos habíamos plantado en la última semana de curso, y yo no quería ni pensar qué pasaría… porque sabía que, cuando terminara el curso, se volvería a ir, ni más ni menos que ¡al extranjero! porque su padre se volvía a trasladar por culpa del curro… ¡Qué palo más grande! Y claro, ya me veis a mí, intentando detener el tiempo y apurando todos los ratos que pasaba con él.  

El dia que nunca viene, pero vino...


El día ya empezó muy mal para Román, fue levantado por su hermano de diecisiete años, le levanto al tirarle un jarrón de agua. Cuando Román se levanto de la cama, fue a hablar a su madre de que paso. Le intento buscar por toda la casa, hay gotas de agua en todas las habitaciones y en la cama de Román parece si es una piscina. Román no pudo encontrar a su madre, cuando se fue al baño para secarse, pregunto a su hermano “¿donde está mama?” “Mama se ha ido a un sitio mejor”, apunto de llora el hermano. “¡Jajá! Es broma, se ha ido al trabajo.” Román está sorprendido, “pero si siempre voy con mama, siempre salimos juntos, siempr…”. “Es sábado Román.” Le interrumpe el hermano. "Ah ya lo entiendo, ¿pero porque me tiraste el jarrón de agua?" Le pregunto Román. "Cállate y levántate" le respondió el hermano. Y Román sorprendido, se levanta, justo antes cuando su hermano le va a tirar el jarrón.

Perder el movil

Pepito vivía en una casa en el norte de Londres, en un barrio llamado Enfield. Cada día salía de casa sobre las 7:45 para llegar al colegio y para hacerlo atravesaba una calle en la que había dos colegios de primaria, uno a la izquierda y otra a la derecha. Había una clara diferencia entre los dos. La de la izquierda era tres edificios que estaban hechos de ladrillos amarillos, y organizados con forma de U con un patio en medio; lo habían renovado hace poco y era bastante moderno. El otro colegio a la derecha, en comparación, era bastante más viejo: ladrillos marrones con moho en los huecos y había nidos de palomas hechos sobre el tejado. El patio tenía porterías, pero estaban rotas, ya que estaban oxidadas y los niños se habían colado en ellas y había una gran cantidad de basura esparcida por el suelo. Sobre unos escalones estaban sentados un par de niños y eran los únicos en el patio y estaban comiendo. Al final de esta calle había una parada de autobús en la que él se sentó. Los cristales estaban rotos y los mapas tenían grafitis pintado sobre ellas y una pantalla indicaba que el autobús estaba a 15 minutos y se enfadó un poco ya que normalmente tardaba mucho menos en llegar.
‘Oye, dame tu móvil’, le dijo alguien con la cara cubierta y llevaba un jersey con la capucha puesta. Pepito obedeció la orden y se lo dio por el miedo que le daba ese personaje. Este salió corriendo y Pepito se quedo sentado, casi llorando. !Le habían quitado su móvil! Cuando llegó el bus, se montó en él. Cuando volvió a casa por la tarde no le contó a nadie lo que le había ocurrido.

Vivir la vida

Era una mañana triste de invierno. La oscuridad aún inundaba la pequeña habitación. Sonaba el despertador de su móvil mientras él se estiraba y escuchaba como caía la lluvia y pegaba contra la gran ventana, que estaba al lado de su escritorio.
Normalmente se levantaba antes que nadie, para poder salir de casa con suficiente tiempo para no tener que ir corriendo al instituto. Ese día fue distinto. Se quedó diez minutos más en cama. Fue probablemente el único momento del día que tuvo para pensar en sus cosas olvidándose del examen que pronto haría y los muchos trabajos que tenía que hacer. "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" se preguntaba a sí mismo.
Ya tenía dieciséis años y realmente no sabía que había hecho todo este tiempo a parte de estudiar, no había disfrutado en todo este tiempo.
Se levantó, caminó por el estrecho pasillo, llegó al baño y vió su rostro entristecido en el espejo.
Salió de casa y se encontró con una amiga,
"No sé que está pasando con mi vida, no dejo de darle vueltas a lo mismo, tengo dieciséis años y me da la sensación de que no he vivido nada" le dijo él desesperado.
"Te entiendo, no sabes cuanto" le dijo ella lamentándose.
Querían que las cosas cambiasen pero lo único que podían hacer por ahora era entrar en clase y hacer el examen de biología.

Un Día sin trabajo


Se levantó mas temprano de lo normal, por culpa de los barrenderos, después de haber bostezado unas cuentas veces fue a ver si tenía cartas esperando para abrirse. Vio que tenía una que decía ¨MUY IMPORTANTE¨ preocupado y ansioso abrió la carta al instante. La carta ponía, que si no pagaba ₤500 sería expulsado al final de la semana. Entonces después de haber leído la carta con mucho cuidado, apuro en salir de casa y fue en busca de un trabajo a las calles de Londres. Se monte en el 9 que le llevaba hacia Oxford Street. Empezó yendo a tiendas, entrego sus currículos extraordinarios pensando que iba a recibir una respuesta en menos de una semana pero no era el caso. Luego fue a cafeterías y a restaurantes, pero ya no estaba en sus manos.
Al final de la semana no recibió ninguna respuesta de absolutamente nadie, entonces tuvo que conformarse con quedarse en casa de su hermana mayor

-Hermana: ''Todo va a estar bien Juan, no te preocupes''
-Juan: '' Muchas gracias tia, en serio...''


Traidora


La estudiante saco sus libros de francés acababa de terminar el recreo y aun tenia la mente en las nubes. Escuchaba atentamente la lección del día, pero su atención no duro mucho porque su mirada se desvió hacia la ventana blanca situada al lado suyo. Estaba lloviendo afuera, el cielo estaba cubierto de nubes negras y grises, el viento soplaba con fuerza y las palomas no volaban. Ella podía oír a los niños de primaria gritar por la lluvia y los veía correr hacia la carpa blanca donde algunos jugaban al football.

Intento concentrarse en la lección, abrió su cuaderno y antes de ponerse a hacer los deberes que la profesora había mandado, termino de copiar los apuntes de la pizarra. Desafortunadamente después de terminar de copiarlos su mente se desvió hacia el callejón de la memoria.

Se acordó de los exámenes suspensos que tuvo durante el curso y como le habían amargado los días, pero lo que le sucedió le amargo la vida por semanas. La perdida de sus amigos queridos que habían estado con ella durante toda su vida, que nunca la habían abandonado era lo pero que le había pasado. Ella a veces se arrepentía de lo que paso ese día, pero ella era una traicionera que nunca conseguiría la confianza de sus compañeros de nuevo. 

por- Isabela 4 ESO B

La rutina de siempre

Sonó el despertador. Un rayo pálido se asomaba por la cortina. Su cuerpo yerto, no respondía a las ordenes del cerebro. Cuanto mas quería menos podía hasta que de repente, sintio una sensacion de frío glacial corriendo por el cauce de sus venas. Durante unos segundos, pensaba estar congelado. La culpable, su insensible madre que deseaba su regreso al mundo real. Lentamente, pero con seguridad, se levantó. Fue un proceso difícil y languidoComenzó a dar pequeños pasos, se detuvó. La luz resplandeciente de la cocina señalaba el comienzo del desayuno. Renovó sus pasos, sabiendo que le esperaba lo peor. Torció a la derecha, dirigiéndose al baño. El baño estaba abarrotado de objetos pero solo dirigió la mirada hacia el reluciente lavabo, sus pensamientos oscilaban entre si abrir el grifo o no. Dudoso, levantó el mango, tenía un tacto frío y cálidoComenzó a salir un aterrorizante chorro de agua. Sin pensarlo, juntó las manos temblorosas y cuando se habían llenado de agua, Zas! Ahora estaba realmente despierto.

Por: Cesar Wang

UN DIA CON LA REINA

Salimos de casa, mi hermana pequeña y yo, y nos montamos en el autobús rojo numero 414. Pasamos la tarjeta oyster por el escáner amarillo, saludando al conductor mientras pasamos por la gran cantidad de gente que estaban de pie, pidiendo disculpas para que nos den el paso.
                Estuvimos de pie unos treinta minutos, minutos que sentían como horas, hasta que muchas personas bajaron del autobús en la estación de Paddington, y nos sentamos en unos asientos verdes con puntitos azules.
                “Solo quedan 9 paradas mas,” le dije a mi hermana, su cara convirtiendo en una de angustia ya que estaba agotadísima; no le iba bien despertar a las ocho de la mañana un sábado.
                Salimos del autobús, anduvimos un rato y por fin llegamos al hermoso palacio que era Buckingham Palace, con sus puertas negras doradas de oro, la bandera moviendo al ritmo del viento, y el agua de la fuente tan claro y limpia como siempre.
                “Vaya maravilla,” suspiró mi hermana, que se quedó boquiabierta, sus ojos sobresaliendo de su cabeza y una pequeña sonrisa en sus labios. “Me encanta.” Y con decir eso, me dio un enorme abrazo, su manera de decir gracias por haberle llevado a ver el Palacio. 

Alexandra Pinilla-Taylor 4oESO B

Un día de cada día.


Por: Marc Perez Escamilla

Miro hacia la calle y dándole la espalda a la puerta, la cierro. Me fijo bien, y a la otra cera de la calle observo la parada de autobús repleta de gente, con caras de preocupación, seguramente porque van tarde.

Decido cruzar la calle sin ir al paso de cebra, miro hacia la derecha, luego hacia la izquierda y finalmente decido cruzar. Llego a la parada y lo primero que hago es ir a mirar el contador, quedan dos minutos para que llegue mi autobús.

En la parada, siempre está la mujer esa que tiene pinta de trabajar en una oficia, aquel que parece un vagabundo, o los jóvenes, que van en uniforme, pero que llevan la corbata desatada y  hablan un tipo de slang muy raro.

Me uno al grupo de los preocupados y espero, llega el autobús. De repente me da la sensación de cómo si el bus llevase un imán, todos los preocupados y yo somos atraídos al campo magnético del autobús. Se abren las puertas y saco mi tarjeta para picar en el circulo amarillo, realizas esa acción, la luz se pone verde y aquello pita varias veces. Luego, le echas una mirada al conductor, y el te la devuelve como diciendo, ¡pasa! 

Subo arriba, donde casualmente encuentro a algún compañero, elijo mi asiento y cuando me voy a sentar realizo un movimiento en el que saco el brazo de una de las asas de la mochila, esta queda colgada de mi otro brazo, de esta manera me puedo sentar.

Aprovecho el corto viaje para guardar mi tarjeta en su sitio y para sacar el móvil, verdaderamente con este no hago nada, simplemente introduzco el pin, me aseguro de que está en modo silencio y lo vuelvo a bloquear.

Bajo por las escaleras con el autobús aún en marcha, se abren las puertas y me bajo. Camino lentamente hacia la puerta verde, donde allí, normalmente están los que siempre llegan temprano esperando, y digo:
-¡Buenos días!-

Era temprano, tan temprano que los diferentes útiles de la habitación matrimonial parecían haber detenido un divertido juego nocturno de manera perfectamente sincronizada con la abertura de los párpados de José Ángel. Despertó a Carmen, su mujer, de una forma seca, gastada ya por los rutinarios años de la vida conyugal, y ella dejó caer un beso inexpresivo en su aún húmeda mejilla antes de levantarse y coger la bata que estaba colgada al lado del cabecero de la cama.
            Habían planeado (fue ella la que insistió, José simplemente no tenía ganas de hacer preguntas y asintió de forma automática;para no romper la tradición) una excursión al campo con sus hijos, por eso de pasar más tiempo con la familia, respirar aire puro y todas esa retahíla de argumentos impropios que repetía Carmen cada vez que advertía en alguien una veta de desánimo frente a la salvadora excursión.
Cristian, el menor y único hijo varón de la pareja, se lo tomó con resentida obligación, como si de una visita rutinaria al médico se tratase. Fue Yolanda, la mayor de los descendientes y única hija, la que más se opuso a la idea. Decía que ya tenía una edad para estar haciendo gilipolleces con sus padres en el monte, que además era domingo y quería descansar… Su padre no la culpaba, a él también le apetecía pasar un domingo más de fútbol y cerveza con los amigos, pero no quería tener una discusión con su mujer por una excursión, no era de los que solían hacer valer su opinión con vehemencia. Lo que nadie llegó a comprender fue lo de que quería descansar. Había dejado los estudios 3 años atrás y desde entonces vivía en un fin de semana permanente, en el que siempre era sábado pero nunca domingo, en el que los derechos parecían no ser nunca suficientes y las obligaciones, simples desconocidas. Finalmente, la sangrante ira inicial dio paso a una costra de resignación, y aceptó, muy a regañadientes, un cese de su sucesión de sábados para introducir un domingo con la familia. Aunque nunca un lunes.
            Debían llegar a la estación de autobuses a las 9:30 de la mañana, y pasaban escasos minutos de las 7:30 cuando el extenuado matrimonio despertó a sus hijos, concediéndoles ya el habitual margen para que se desperezasen y otros esperados imprevistos.
Cristian acudió al desayuno levitando, con la expresión del rostro aún sin definir. Desayunó con desgana, con la habitual frugalidad que enerva a una madre, pero tampoco se trató de un desayuno insuficiente para afrontar el arduo día que se avecinaba; y se duchó. Cuando aún restaban escasos minutos de las 9, estaba ya preparado, esperando por su hermana en la sala con la televisión encendida.  Ella llegó tarde a desayunar, al tiempo que su hermano se dirigía al baño. Aderezó el mojado y tibio café con gruñidos y refunfuños por los que nadie se sintió aludido, pero que no hacían más que servir de recordatorio de por qué estaban todos levantados a aquellas horas tan intempestivas. El desayuno fue breve, pero su estancia en el baño se prolongó hasta bien pasadas las 9, provocando resoplidos, tamborileo de dedos, y un creciente malhumor en Carmen, que comenzaba a impacientarse. Cuando la puerta del baño se abrió todas las dudas sobre la tardanza se disiparon: Yolanda iba vestida con unos tacones kilométricos dorados, un mini-short vaquero clarito que dejaba a la vista gran parte de la curvatura de sus laureadas nalgas, una blusa asimétrica con print de leopardo, unos pendientes que semejaban dos lunas colgadas de la bóveda celeste de su lóbulo, y con su cara convertida en el óleo del mejor de los artistas barrocos.                             
            -Yoli,¿ pero tú a dónde te crees que vas? Que vamos al campo hija mía, no vamos de ligoteo a la disco. Siempre igual, ¿no? Tú tienes que ir siempre monísima de la muerte, no puedes ir por una vez vestida de acuerdo al sitio al que vas. ¡Pues nada nada, tú a lo tuyo, como siempre!- la recibió su madre abriendo una minúscula vía de escape para el cabreo que había ido creciendo en ella durante la larga espera.
            -Joder má, no voy a ir con chándal, ¿no? Imagínate que por casualidad nos encontramos con alguien que conocemos, sería una movida la ostia de chunga, ¿o no?- respondió desesperada, explicando lo que en su pintarrajeada cabeza era evidente
            -¿Y ese maquillaje? Ni que fueras a salir al concurso de Miss España. Con lo guapa que tú eras, y siempre tienes que emperifollarte con potingues y pírsins de esos- continuó su madre ajena a la respuesta que la había proporcionado su hija.
            José Ángel, temiendo cómo de insoportable se podía tornar la situación a lo largo del día, rezaba para que, al menos, el aire estuviera tan puro como se comentaba en la urbe de los humos insalubres.

Últimos retazos de raciocinio


            No se despegaban del reloj las empalagosas horas en aquella salvación impuesta, en aquel escollo a su ansiada libertad eterna. El tiempo se le adhería al cuerpo y lo impregnaba todo de una desdeñada espera perenne, pero ésta nunca era saciada, y la aguja más chica seguía persiguiendo a la mayor para preguntarle de quién huía.
            El espíritu imperecedero de Bartolomé le impedía caer en aquella espiral de alienación constante, y le forzaba a aferrarse al alféizar de la cordura con vistas al entendimiento. Ya asidua a sus diáfanos pensamientos, la intransigente certeza de que moriría allí mismo y solo, martilleaba, insistente. la delgada cornisa de la que pendía su juicio; guardándolo así de perderse en el laberinto de la enajenación.
            La muerte no lo amilanaba, era la clausura, aquel último destierro en el ocaso de su noche lo que lo apocaba cada día más a seguir luchando por no caer. La falta de una mano amiga que lo sostuviese, hacía mella, día tras día, en su ajado cuerpo, haciéndole dudar de todo lo que hasta aquel entonces habían sido inamovibles sentencias.
            El titubeo era imperdonable, era la certidumbre la que le restaba cierta untuosidad al reloj y propiciaba un aumento de sus fuerzas recordándole lo que nunca debió olvidar, que un día más es un día menos.
            

UN NIÑO CON PROBLEMAS



Juan se despertó a las 7.30 como todos los días para ir al colegio, era lunes, odiaba los lunes, odiaba ir al colegio. Su madre lo animaba cada mañana y no comprendía porque no le gustaba ir al colegio, Juan nunca quería hablar con su madre de ese tema. Simplemente le decía que no le gustaba estudiar, pero eso no era verdad. El verdadero motivo de su desanimo cada mañana para ir al colegio era que no tenía amigos y a los pocos que consideraba como amigos  se burlaban y se aprovechaban de él. Le quitaban el almuerzo, no le dejaban jugar con ellos y solo lo querían para que les hiciera favores. Juan no podía hacer nada porque era los únicos “amigos” que tenía y prefería eso antes que estar solo. Una mañana su madre no pudo más  y le dijo que debía contarle lo que le pasaba porque ella solo lo quería ayudar, pero a él le daba mucha vergüenza contárselo a su madre. Sin embargo sabía que no podría aguantar esa situación durante más tiempo y decidió contarle lo que le sucedía. Esa misma mañana su madre fue al colegio con y hablo con su profesora para que remediara la injusta situación que estaba viviendo su hijo. Por supuesto, la profesora no tenía ni idea de lo que estaba pasando con Juan pero se arregló fácilmente. La profesora tuvo una charla con los demás alumnos y a partir de ese día Juan fue tratado como merecía, pero también aprendió que debía confiar en sus padres y profesores para contarles los problemas que tuviera.