Sonó el despertador, justo a las 7 de la madrugada, con una musiquita bastante pesada y repetitiva. Me levante, me vestí y me preparé para ir a la escuela. Me cepillé el pelo y me arreglé sin ganas, sentía como iba a morir, necesitaba dormir, por lo menos un poco más, pero sabía que si volvía a la cama, aunque sea 2 minutos, nunca más saldría. Eran las 8, salí de casa, hacia muchísimo frio, hacia tanto frio que hasta el aire era cristalino. Los coches estaban congelados y empapados de nieve, el pavimento tenía una capa fina de hielo y una manta blanca de nieve por encima. Quería correr para no perder mi autobús pero tenía miedo de resbalarme, caminé lo más rápido posible con mis botas hundidas en la nieve. Llegué a la parada del autobús sin poder sentir los dedos de mis pies. Había llegado justo a tiempo, mi autobús estaba dando la vuelta. De mi bolsillo, con mis manos medio endurecidas, saqué mi tarjeta. El autobús estaba lleno de gente con capas y mas capas de abrigos, las ventanas del autobús estaban llenas de vapor por la pesada respiración de los pasajeros. Por suerte, había un asiento atrás de todo, me pase todo el viaje sentada leyendo un libro. Cuando llegué, camine muy despacio hacia el colegio, paso a paso. Con mucha fuerza, tuve que arrastrar mis piernas a través de la nieve. Di la vuelta a la esquina, no había nadie, nada, solo un papel en la puerta de la escuela. Lo cogí con mis manos temblorosas y lo leí. No podía creer lo que estaba leyendo, entonces lo leí una vez más en voz alta para que lo tuviese que oír con mis propios oídos. ‘El colegio esta cerrado hasta que se vaya la nieve (aproximadamente 2 semanas)’. En mi mente estaba un poco enfadada porque me tuve que despertar temprano y tuve que pasar frío, pero pensé otra vez...“No hay cole por 2 semanas, justo las semanas que hay exámenes. ¡No hay colegio en dos semanas!, ¡No hay colegio en dos semanas!, ¡ puedo dormir hasta tarde y estar en la cama todo el día!”. Gritaba con muchísima felicidad, el que me hubiera mirado hubiera pensado que estoy loca, pero no me importaba, estaba feliz, extremadamente feliz. Volví a casa en el mismo trayecto pero con una sonrisa de oreja a oreja. Llegué a casa, me saqué el abrigo enorme y las botas y me tire en mi cama a dormir una horita más.
Este es un espacio abierto a las aportaciones de tod@s los que estáis en la etapa final de la ESO afianzando vuestros conocimientos en el dominio de este magnífico instrumento de comunicación que es la lengua... y por ello, aquí esperamos ver también vuestras creaciones literarias... y mucho más.
miércoles, 12 de diciembre de 2012
Una Manyana en Madrid
Madrid, cuando
pensamos en Madrid nos viene a la cabeza esa ciudad en el centro de España que
emana poder, para mucha gente es otro punto en el mapa sin importancia e
incluso para algunos un infierno hecho de asfalto.
En los tiempos
que Samuel vivía en Madrid era un poco de las tres. Os voy a contar uno de sus
días. Ese día se levantó por la mañana para ir a trabajar, se vistió , preparó
sus tostadas de aceite y ajo y su café, las olisqueaba un poco y se las comía y
después se temaba su café, todo excepto
el último trago de la taza de café y después salía hacia un nuevo día, cada vez que esto pasaba se encontraba al mismo barrendero pasar su escoba
por la acera de la calle, también siempre estaba su vecina, una anciana con más
arrugas que años regando las plantas de su terraza, siempre a la misma hora, y
en la esquina de la calle donde vivía Samuel, estaba todos los días un negrito
vendiendo periódicos que podías encontrar gratis dos calles más allá y el como
un buenazo le compraba uno cada miércoles. Despues de pararse a pensar en esos
tres ciudadanos, recordó que tenía una reunión importante en el centro de
Madrid y que no quería llegar tarde.
jueves, 6 de diciembre de 2012
Una tipica manana
Abrí las cortinas dejando que la luz del día me terminase de despertar, bajé abajo lentamene para no caerme ya que aún estaba algo atontada. Fuí a mi derecha para llegar a la cocina donde ví la taza de té de mi madre ya terminada, eso me indico que ya había salido a la tienda a por el pan fresco, recién hecho, una barra caliente con la miga blanda y la corteza lo suficientemente cujiente.
Cojí la caja de galletas maría y un vaso de leche, lleve esas dos cosas a la mesa del salón y me senté en la cabeza de la mesa que es donde me siento todas las manana. Me comí 6 galletas y un platano del frutero situado enfrente mía como todos los dias.
Al terminar de desayunar me metí en la ducha y me vestí, preparandome para salir de casa e ir al instituto, salí por la puerta de mi piso y después de pasar por el jardín llegué a junto el portero donde le dije buenos dias y al fin me dirigí hacia la estacion de metro.
Cojí la caja de galletas maría y un vaso de leche, lleve esas dos cosas a la mesa del salón y me senté en la cabeza de la mesa que es donde me siento todas las manana. Me comí 6 galletas y un platano del frutero situado enfrente mía como todos los dias.
Al terminar de desayunar me metí en la ducha y me vestí, preparandome para salir de casa e ir al instituto, salí por la puerta de mi piso y después de pasar por el jardín llegué a junto el portero donde le dije buenos dias y al fin me dirigí hacia la estacion de metro.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
“Devuélveme todas las palabras que te he dicho, porque te he estado mintiendo”.
“Devuélveme todas las palabras que te he
dicho, porque te he estado mintiendo”.Esas fueron las ultimas palabras que le dirigio Rocio.
Jorge aún sostenía todas las cartas que
ella le había mandado, estaba buscando minuciosamente alguna señal del pasado a
la que hubiese tenido que prestar atención anteriormente para hader prevenido
la catástrofe ocurrida aquella tarde.
Estaba sentado en su gran salón enfrente de
la terraza, desde donde podía ver todo lo que ocurría en Gran Vía,como, por ejemplo, que en la acera de enfrente a la derecha la panaderia de los hermanos Oubdil se ponia en marcha con cansancio, y su competencia aun no habia despertado.Llevaba en contemplando las calles desde que
había llegado a casa, que aunque solía ser
a media tarde, esta vez ni siquiera se dignó a aparecer en la cena, y se
atrevió a volver a entrar por la puerta de roble de la entrada ya pasadas las
once de la noche.
Acto seguido, entró en su habitación y sacó
un baúl en el que guardaba las cartas de Rocío y comenzó a leerlas una detrás
de otra hasta que amaneció.
Fue entonces cuando decidió levantarse y desayunar
algo aunque la falta de apetito se lo impidió, debido a la larga y tortuosa
noche que había pasado recordando a lo
que él creía el amor de su vida.
Ella nunca había creido en el amor, pero por
mas que repetía lo inútil que lo encontraba, mas afán de conseguir su cariño tenia
Jorge, conseguir que la chica del corazón helado amase le realmente .
Pensando
en esto abrió el grifo, mientras las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo
y observaba el mármol del baño, el cual oscurecía en el espacio que quedaba
entre las baldosas, que relucían como nunca lo habían hecho antes.
martes, 4 de diciembre de 2012
Por Culpa De La Lluvia
Ahí estaba
el, debajo de una cubierta al lado de la estación de tren. No estaba allí esperando
a alguien sino que al empezar a llover se había puesto debajo para no mojarse y
se había quedado ahí embobado y sin darse cuenta de lo que hacia. Iba para su
trabajo, bien vestido con traje y corbata, el traje de un azul imponente, los
zapatos que fácilmente se podían utilizar como espejo de lo relucientes que
estaban, una camisa blanca y una corbata que era difícil distinguir si era roja
o granate, toda su ropa con aquel especial olor a puro que se podía oler sin
problema . Estaba como iba todos los días, con el pelo peinado hacia atrás con
un toque de gomina para que se le quedase así todo el día, y por supuesto recién
afeitado como le gustaba a él. Le empezó a sonar el móvil que se había comprado
hace apenas un mes, era su jefe que le preguntaba donde estaba y el
desorientado contesto: ``Lo siento, ahora mismo voy para allí y te lo explico
todo’’, al ver que ya llegaba media hora tarde, se puso en el medio y medio de
la carretera y paro un taxi, su día ya empezaba mal.
domingo, 2 de diciembre de 2012
Cómo pasó?
Mientras Tariq y yo esperábamos el autobús en la parada de delante de su casa me hablaba a de los valores que un buen joven tenia que tener en cuenta y de que no debía responder a las burlas que recibía por mi procedencia, sino que debía soportarlas.
Cuando llegó el 27, subimos al piso superior y nos sentamos en dos de los cuatro asientos que dan la ventana frontal. Ahí Tariq siguió hablando sobre cómo debía comportarme a mis 8 años, entre otras cosas, hasta que pasamos por delante del centro de primeros auxilios. Entonces pulsó el botón, se levantó y me llevó de la mano hasta abajo. Se abrieron las puertas y bajamos.
Yo seguí recto hacia dentro de la escuela y él hacia la derecha, hacia el local de la familia, pero cuando estaba cruzando la calle a toda prisa, como hace siempre, vino un camión y se lo llevó un par de metros hasta que frenó y mi hermano salió volando hasta que se estampó contra el último coche de la hilera que esperaba al semáforo.
Así es como pasó, mamá.
Por Pedro Ferrer
miércoles, 28 de noviembre de 2012
LA REBELDÍA DEL MOMENTO
Tardó unos segundos en encajar la antigua llave en la vieja
cerradura. Mientras otros usaban extrañas tarjetas para abrir puertas automáticas, el usaba una llave que recordaba a la de los castillos, pero le daba igual. Sus ojos estaban entreabiertos aunque su cabeza seguía estando entre
las sábanas de la noche. La cafeína del café que había dejado insensible su
lengua, no tardaría en hacer efecto. Cuando por fin consiguió salir, el
cortante viento abofeteo su cara de lado a lado. El frío era una realidad y el
calor una mentira más. Miró a un lado y a otro de la calle. Algún tímido peatón
ya se aventuraba a empezar el día y salían de las casas, gemelas e idénticas a
la del joven salvo por el número de sus puertas. Alcanzó a ver como el autobús
77, detrás del cual había corrido tanto, giraba la esquina dirección Plaza de
Castilla. Ya nunca más se preocuparía por el transporte público, ahora tenía su
moto. Esa moto roja de la que no se separaba y que había heredado ya con
rasguños de su tío. Con un rápida palmadita quitó el rocío del asiento y
encendió el motor. Iba tarde. Llegó a la bifurcación como todas las mañanas.
Hacia la derecha el instituto, hacia la izquierda la imperial autopista A3. Hacia
la derecha la pereza, hacia la izquierda la libertad. Contrario al dicho debió
pensar que mas vale nunca que tarde. La decisión estaba tomada. Giró lentamente
y encaró la recta carretera por la que tanto le gustaba ir superando el límite
de velocidad. Por un día…
Por Pedro Montero de Espinosa Moya
Aún recuerdo la primera vez que vi a Javier
entrar en clase. La profe de Lengua nos lo presentó, y nos dijo que se tuvo que
cambiar de colegio por movidas de trabajo de sus padres, así que si entre todos
le ayudábamos, seguro que su adaptación sería más fácil y rápida. Recuerdo que
se quitó la gorra e iba con el auricular de su Ipod colgando (de hecho, parece
que los auriculares son una prolongación de su oreja, ¡porque no se los quita
ni en la ducha!), y se sentó justo delante mío, aprovechando que había una mesa
vacía. Al principio no me llamaba la atención porque notaba que le costaba
mucho entablar conversación, se pasaba el día pendiente de la pizarra y en las
horas muertas entre clase y clase, sólo hacía que desconectar escuchando su
Ipod. Luego, con el tiempo, vi que cada día era más sociable y, sobretodo, que
tenía un sentido del humor único. ¡Me partía la caja con él! Siempre tenía una
anécdota, un chiste o una imitación súper divertida con la que no paraba de
reír… ¡Lo peor era cuando me pillaban los profes! Más de una vez me habían
echado por su culpa, porque no podía aguantar las carcajadas de su última
broma… En fin, que estaba tan acostumbrada a Javier y a sus bromas, que
esperaba con ansia que llegara el lunes para volverme a encontrar con él y sus
movidas. Pasaron los meses, el curso avanzaba, y sentía que necesitaba verle
más y estar con él. Y como era de esperar, me quedé pillada. Mi madre siempre
dice que cuando te lo pasas bien, el tiempo pasa muy deprisa… y efectivamente,
así fue. Nos habíamos plantado en la última semana de curso, y yo no quería ni
pensar qué pasaría… porque sabía que, cuando terminara el curso, se volvería a
ir, ni más ni menos que ¡al extranjero! porque su padre se volvía a trasladar
por culpa del curro… ¡Qué palo más grande! Y claro, ya me veis a mí, intentando
detener el tiempo y apurando todos los ratos que pasaba con él.
El dia que nunca viene, pero vino...
El día ya empezó muy mal para Román, fue levantado por su
hermano de diecisiete años, le levanto al tirarle un jarrón de agua. Cuando
Román se levanto de la cama, fue a hablar a su madre de que paso. Le intento
buscar por toda la casa,
hay gotas de agua en todas las habitaciones y en la cama de Román parece si es
una piscina. Román no pudo encontrar a su madre, cuando se fue al baño para
secarse, pregunto a su hermano “¿donde está mama?” “Mama se ha ido a un sitio
mejor”, apunto de llora el hermano. “¡Jajá! Es broma, se ha ido al trabajo.”
Román está sorprendido, “pero si siempre voy con mama, siempre salimos juntos,
siempr…”. “Es sábado Román.” Le interrumpe el hermano. "Ah ya lo entiendo,
¿pero porque me tiraste el jarrón de agua?" Le pregunto Román. "Cállate
y levántate" le respondió el hermano. Y Román sorprendido, se levanta,
justo antes cuando su hermano le va a tirar el jarrón.
Perder el movil
Pepito vivía en una casa en el norte de Londres, en un barrio llamado Enfield. Cada día salía de casa sobre las 7:45 para llegar al colegio y para hacerlo atravesaba una calle en la que había dos colegios de primaria, uno a la izquierda y otra a la derecha.
Había una clara diferencia entre los dos. La de la izquierda era tres edificios que estaban hechos de ladrillos amarillos, y organizados con forma de U con un patio en medio; lo habían renovado hace poco y era bastante moderno. El otro colegio a la derecha, en comparación, era bastante más viejo: ladrillos marrones con moho en los huecos y había nidos de palomas hechos sobre el tejado. El patio tenía porterías, pero estaban rotas, ya que estaban oxidadas y los niños se habían colado en ellas y había una gran cantidad de basura esparcida por el suelo. Sobre unos escalones estaban sentados un par de niños y eran los únicos en el patio y estaban comiendo.
Al final de esta calle había una parada de autobús en la que él se sentó. Los cristales estaban rotos y los mapas tenían grafitis pintado sobre ellas y una pantalla indicaba que el autobús estaba a 15 minutos y se enfadó un poco ya que normalmente tardaba mucho menos en llegar.
‘Oye, dame tu móvil’, le dijo alguien con la cara cubierta y llevaba un jersey con la capucha puesta. Pepito obedeció la orden y se lo dio por el miedo que le daba ese personaje. Este salió corriendo y Pepito se quedo sentado, casi llorando. !Le habían quitado su móvil! Cuando llegó el bus, se montó en él. Cuando volvió a casa por la tarde no le contó a nadie lo que le había ocurrido.
‘Oye, dame tu móvil’, le dijo alguien con la cara cubierta y llevaba un jersey con la capucha puesta. Pepito obedeció la orden y se lo dio por el miedo que le daba ese personaje. Este salió corriendo y Pepito se quedo sentado, casi llorando. !Le habían quitado su móvil! Cuando llegó el bus, se montó en él. Cuando volvió a casa por la tarde no le contó a nadie lo que le había ocurrido.
Vivir la vida
Era una mañana triste de invierno. La oscuridad aún inundaba la pequeña habitación. Sonaba el despertador de su móvil mientras él se estiraba y escuchaba como caía la lluvia y pegaba contra la gran ventana, que estaba al lado de su escritorio.
Normalmente se levantaba antes que nadie, para poder salir de casa con suficiente tiempo para no tener que ir corriendo al instituto. Ese día fue distinto. Se quedó diez minutos más en cama. Fue probablemente el único momento del día que tuvo para pensar en sus cosas olvidándose del examen que pronto haría y los muchos trabajos que tenía que hacer. "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" se preguntaba a sí mismo.
Ya tenía dieciséis años y realmente no sabía que había hecho todo este tiempo a parte de estudiar, no había disfrutado en todo este tiempo.
Se levantó, caminó por el estrecho pasillo, llegó al baño y vió su rostro entristecido en el espejo.
Salió de casa y se encontró con una amiga,
"No sé que está pasando con mi vida, no dejo de darle vueltas a lo mismo, tengo dieciséis años y me da la sensación de que no he vivido nada" le dijo él desesperado.
"Te entiendo, no sabes cuanto" le dijo ella lamentándose.
Querían que las cosas cambiasen pero lo único que podían hacer por ahora era entrar en clase y hacer el examen de biología.
Normalmente se levantaba antes que nadie, para poder salir de casa con suficiente tiempo para no tener que ir corriendo al instituto. Ese día fue distinto. Se quedó diez minutos más en cama. Fue probablemente el único momento del día que tuvo para pensar en sus cosas olvidándose del examen que pronto haría y los muchos trabajos que tenía que hacer. "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" se preguntaba a sí mismo.
Ya tenía dieciséis años y realmente no sabía que había hecho todo este tiempo a parte de estudiar, no había disfrutado en todo este tiempo.
Se levantó, caminó por el estrecho pasillo, llegó al baño y vió su rostro entristecido en el espejo.
Salió de casa y se encontró con una amiga,
"No sé que está pasando con mi vida, no dejo de darle vueltas a lo mismo, tengo dieciséis años y me da la sensación de que no he vivido nada" le dijo él desesperado.
"Te entiendo, no sabes cuanto" le dijo ella lamentándose.
Querían que las cosas cambiasen pero lo único que podían hacer por ahora era entrar en clase y hacer el examen de biología.
Un Día sin trabajo
Se levantó mas temprano de lo normal, por
culpa de los barrenderos, después de haber bostezado unas cuentas veces fue a
ver si tenía cartas esperando para abrirse. Vio que tenía una que decía ¨MUY
IMPORTANTE¨ preocupado y ansioso abrió la carta al instante. La carta ponía,
que si no pagaba ₤500 sería expulsado al final de la semana. Entonces después
de haber leído la carta con mucho cuidado, apuro en salir de casa y fue en
busca de un trabajo a las calles de Londres. Se monte en el 9 que le llevaba
hacia Oxford Street. Empezó yendo a tiendas, entrego sus currículos
extraordinarios pensando que iba a recibir una respuesta en menos de una semana
pero no era el caso. Luego fue a cafeterías y a restaurantes, pero ya no estaba
en sus manos.
Al final de la semana no recibió ninguna respuesta
de absolutamente nadie, entonces tuvo que conformarse con quedarse en casa de
su hermana mayor
-Hermana: ''Todo va a estar bien Juan, no te
preocupes''
-Juan: ''
Muchas gracias tia, en serio...''
Traidora
La estudiante
saco sus libros de francés acababa de terminar el recreo y aun tenia la mente
en las nubes. Escuchaba atentamente la lección del día, pero su atención no
duro mucho porque su mirada se desvió hacia la ventana blanca situada al lado suyo.
Estaba lloviendo afuera, el cielo estaba cubierto de nubes negras y grises, el
viento soplaba con fuerza y las palomas no volaban. Ella podía oír a los niños de
primaria gritar por la lluvia y los veía correr hacia la carpa blanca donde
algunos jugaban al football.
Intento
concentrarse en la lección, abrió su cuaderno y antes de ponerse a hacer los
deberes que la profesora había mandado, termino de copiar los apuntes de la
pizarra. Desafortunadamente después de terminar de copiarlos su mente se desvió
hacia el callejón de la memoria.
Se acordó
de los exámenes suspensos que tuvo durante el curso y como le habían amargado los
días, pero lo que le sucedió le amargo la vida por semanas. La perdida de sus
amigos queridos que habían estado con ella durante toda su vida, que nunca la habían
abandonado era lo pero que le había pasado. Ella a veces se arrepentía de lo
que paso ese día, pero ella era una traicionera que nunca conseguiría la
confianza de sus compañeros de nuevo.
por- Isabela 4 ESO B
La rutina de siempre
Sonó el despertador. Un rayo pálido se asomaba por la cortina. Su cuerpo yerto, no respondía a las ordenes del cerebro. Cuanto mas quería menos podía hasta que de repente, sintio una sensacion de frío glacial
corriendo por el cauce de sus venas. Durante unos segundos, pensaba
estar congelado. La culpable, su insensible madre que deseaba su regreso
al mundo real. Lentamente, pero con seguridad, se levantó. Fue un
proceso difícil y languido. Comenzó a dar pequeños pasos, se detuvó. La luz resplandeciente de la cocina señalaba el comienzo del desayuno. Renovó sus pasos, sabiendo que le esperaba lo peor. Torció a la derecha, dirigiéndose al baño. El baño estaba abarrotado de objetos pero solo dirigió la
mirada hacia el reluciente lavabo, sus pensamientos oscilaban entre si
abrir el grifo o no. Dudoso, levantó el mango, tenía un tacto frío y cálido. Comenzó a salir un aterrorizante chorro de agua. Sin pensarlo, juntó las manos temblorosas y cuando se habían llenado de agua, Zas! Ahora estaba realmente despierto.
Por: Cesar Wang
UN DIA CON LA REINA
Salimos
de casa, mi hermana pequeña y yo, y nos montamos en el autobús rojo numero 414.
Pasamos la tarjeta oyster por el escáner amarillo, saludando al conductor
mientras pasamos por la gran cantidad de gente que estaban de pie, pidiendo
disculpas para que nos den el paso.
Estuvimos de pie unos treinta minutos, minutos que sentían como horas, hasta que muchas personas bajaron del autobús en la estación de Paddington, y nos sentamos en unos asientos verdes con puntitos azules.
“Solo quedan 9 paradas mas,” le dije a mi hermana, su cara convirtiendo en una de angustia ya que estaba agotadísima; no le iba bien despertar a las ocho de la mañana un sábado.
Salimos del autobús, anduvimos un rato y por fin llegamos al hermoso palacio que era Buckingham Palace, con sus puertas negras doradas de oro, la bandera moviendo al ritmo del viento, y el agua de la fuente tan claro y limpia como siempre.
“Vaya maravilla,” suspiró mi hermana, que se quedó boquiabierta, sus ojos sobresaliendo de su cabeza y una pequeña sonrisa en sus labios. “Me encanta.” Y con decir eso, me dio un enorme abrazo, su manera de decir gracias por haberle llevado a ver el Palacio.
Estuvimos de pie unos treinta minutos, minutos que sentían como horas, hasta que muchas personas bajaron del autobús en la estación de Paddington, y nos sentamos en unos asientos verdes con puntitos azules.
“Solo quedan 9 paradas mas,” le dije a mi hermana, su cara convirtiendo en una de angustia ya que estaba agotadísima; no le iba bien despertar a las ocho de la mañana un sábado.
Salimos del autobús, anduvimos un rato y por fin llegamos al hermoso palacio que era Buckingham Palace, con sus puertas negras doradas de oro, la bandera moviendo al ritmo del viento, y el agua de la fuente tan claro y limpia como siempre.
“Vaya maravilla,” suspiró mi hermana, que se quedó boquiabierta, sus ojos sobresaliendo de su cabeza y una pequeña sonrisa en sus labios. “Me encanta.” Y con decir eso, me dio un enorme abrazo, su manera de decir gracias por haberle llevado a ver el Palacio.
Alexandra Pinilla-Taylor 4oESO B
Un día de cada día.
Por: Marc Perez Escamilla
Miro hacia la calle y dándole la espalda a la puerta, la
cierro. Me fijo bien, y a la otra cera de la calle observo la parada de autobús
repleta de gente, con caras de preocupación, seguramente porque van tarde.
Decido cruzar la calle sin ir al paso de cebra, miro
hacia la derecha, luego hacia la izquierda y finalmente decido cruzar. Llego a
la parada y lo primero que hago es ir a mirar el contador, quedan dos minutos
para que llegue mi autobús.
En la parada, siempre está la mujer esa que tiene pinta
de trabajar en una oficia, aquel que parece un vagabundo, o los jóvenes, que van
en uniforme, pero que llevan la corbata desatada y hablan un tipo de slang muy raro.
Me uno al grupo de los preocupados y espero, llega el
autobús. De repente me da la sensación de cómo si el bus llevase un imán, todos
los preocupados y yo somos atraídos al campo magnético del autobús. Se abren
las puertas y saco mi tarjeta para picar en el circulo amarillo, realizas esa
acción, la luz se pone verde y aquello pita varias veces. Luego, le echas una
mirada al conductor, y el te la devuelve como diciendo, ¡pasa!
Subo arriba, donde casualmente encuentro a algún
compañero, elijo mi asiento y cuando me voy a sentar realizo un movimiento en
el que saco el brazo de una de las asas de la mochila, esta queda colgada de mi
otro brazo, de esta manera me puedo sentar.
Aprovecho el corto viaje para guardar mi tarjeta en su
sitio y para sacar el móvil, verdaderamente con este no hago nada, simplemente
introduzco el pin, me aseguro de que está en modo silencio y lo vuelvo a bloquear.
Bajo por las escaleras con el autobús aún en marcha, se
abren las puertas y me bajo. Camino lentamente hacia la puerta verde, donde
allí, normalmente están los que siempre llegan temprano esperando, y digo:
-¡Buenos días!-
Era temprano, tan temprano que los diferentes útiles de la
habitación matrimonial parecían haber detenido un divertido juego nocturno de
manera perfectamente sincronizada con la abertura de los párpados de José Ángel.
Despertó a Carmen, su mujer, de una forma seca, gastada ya por los rutinarios
años de la vida conyugal, y ella dejó caer un beso inexpresivo en su aún húmeda
mejilla antes de levantarse y coger la bata que estaba colgada al lado del
cabecero de la cama.
Habían
planeado (fue ella la que insistió, José simplemente no tenía ganas de hacer
preguntas y asintió de forma automática;para no romper la tradición) una
excursión al campo con sus hijos, por eso de pasar más tiempo con la familia,
respirar aire puro y todas esa retahíla de argumentos impropios que repetía
Carmen cada vez que advertía en alguien una veta de desánimo frente a la
salvadora excursión.
Cristian, el menor y único hijo
varón de la pareja, se lo tomó con resentida obligación, como si de una visita
rutinaria al médico se tratase. Fue Yolanda, la mayor de los descendientes y
única hija, la que más se opuso a la idea. Decía que ya tenía una edad para
estar haciendo gilipolleces con sus padres en el monte, que además era domingo
y quería descansar… Su padre no la culpaba, a él también le apetecía pasar un
domingo más de fútbol y cerveza con los amigos, pero no quería tener una discusión
con su mujer por una excursión, no era de los que solían hacer valer su opinión
con vehemencia. Lo que nadie llegó a comprender fue lo de que quería descansar.
Había dejado los estudios 3 años atrás y desde entonces vivía en un fin de
semana permanente, en el que siempre era sábado pero nunca domingo, en el que
los derechos parecían no ser nunca suficientes y las obligaciones, simples
desconocidas. Finalmente, la sangrante ira inicial dio paso a una costra de
resignación, y aceptó, muy a regañadientes, un cese de su sucesión de sábados
para introducir un domingo con la familia. Aunque nunca un lunes.
Debían
llegar a la estación de autobuses a las 9:30 de la mañana, y pasaban escasos
minutos de las 7:30 cuando el extenuado matrimonio despertó a sus hijos,
concediéndoles ya el habitual margen para que se desperezasen y otros esperados
imprevistos.
Cristian acudió al desayuno
levitando, con la expresión del rostro aún sin definir. Desayunó con desgana,
con la habitual frugalidad que enerva a una madre, pero tampoco se trató de un
desayuno insuficiente para afrontar el arduo día que se avecinaba; y se duchó.
Cuando aún restaban escasos minutos de las 9, estaba ya preparado, esperando por
su hermana en la sala con la televisión encendida. Ella llegó tarde a desayunar, al tiempo que su
hermano se dirigía al baño. Aderezó el mojado y tibio café con gruñidos y
refunfuños por los que nadie se sintió aludido, pero que no hacían más que
servir de recordatorio de por qué estaban todos levantados a aquellas horas tan
intempestivas. El desayuno fue breve, pero su estancia en el baño se prolongó
hasta bien pasadas las 9, provocando resoplidos, tamborileo de dedos, y un
creciente malhumor en Carmen, que comenzaba a impacientarse. Cuando la puerta
del baño se abrió todas las dudas sobre la tardanza se disiparon: Yolanda iba vestida con unos tacones kilométricos dorados, un mini-short
vaquero clarito que dejaba a la vista gran parte de la curvatura de sus
laureadas nalgas, una blusa asimétrica con print de leopardo, unos pendientes
que semejaban dos lunas colgadas de la bóveda celeste de su lóbulo, y con su
cara convertida en el óleo del mejor de los artistas barrocos.
-Yoli,¿
pero tú a dónde te crees que vas? Que vamos al campo hija mía, no vamos de
ligoteo a la disco. Siempre igual,
¿no? Tú tienes que ir siempre monísima de la muerte, no puedes ir por una vez
vestida de acuerdo al sitio al que vas. ¡Pues nada nada, tú a lo tuyo, como
siempre!- la recibió su madre abriendo una minúscula vía de escape para el
cabreo que había ido creciendo en ella durante la larga espera.
-Joder má,
no voy a ir con chándal, ¿no? Imagínate que por casualidad nos encontramos con
alguien que conocemos, sería una movida la ostia de chunga, ¿o no?- respondió
desesperada, explicando lo que en su pintarrajeada cabeza era evidente
-¿Y ese
maquillaje? Ni que fueras a salir al concurso de Miss España. Con lo guapa que
tú eras, y siempre tienes que emperifollarte con potingues y pírsins de esos-
continuó su madre ajena a la respuesta que la había proporcionado su hija.
José Ángel,
temiendo cómo de insoportable se podía tornar la situación a lo largo del día,
rezaba para que, al menos, el aire estuviera tan puro como se comentaba en la
urbe de los humos insalubres.
Últimos retazos de raciocinio
No se
despegaban del reloj las empalagosas horas en aquella salvación impuesta, en
aquel escollo a su ansiada libertad eterna. El tiempo se le adhería al cuerpo y
lo impregnaba todo de una desdeñada espera perenne, pero ésta nunca era
saciada, y la aguja más chica seguía persiguiendo a la mayor para preguntarle
de quién huía.
El espíritu
imperecedero de Bartolomé le impedía caer en aquella espiral de alienación
constante, y le forzaba a aferrarse al alféizar de la cordura con vistas al
entendimiento. Ya asidua a sus diáfanos pensamientos, la intransigente certeza
de que moriría allí mismo y solo, martilleaba, insistente. la delgada cornisa
de la que pendía su juicio; guardándolo así de perderse en el laberinto de la
enajenación.
La muerte
no lo amilanaba, era la clausura, aquel último destierro en el ocaso de su
noche lo que lo apocaba cada día más a seguir luchando por no caer. La falta
de una mano amiga que lo sostuviese, hacía mella, día tras día, en su ajado
cuerpo, haciéndole dudar de todo lo que hasta aquel entonces habían sido
inamovibles sentencias.
El titubeo
era imperdonable, era la certidumbre la que le restaba cierta
untuosidad al reloj y propiciaba un aumento de sus fuerzas recordándole lo
que nunca debió olvidar, que un día más es un día menos.
UN NIÑO CON PROBLEMAS
Juan se despertó a las 7.30 como todos los días para ir al
colegio, era lunes, odiaba los lunes, odiaba ir al colegio. Su madre lo animaba
cada mañana y no comprendía porque no le gustaba ir al colegio, Juan nunca quería
hablar con su madre de ese tema. Simplemente le decía que no le gustaba
estudiar, pero eso no era verdad. El verdadero motivo de su desanimo cada
mañana para ir al colegio era que no tenía amigos y a los pocos que consideraba
como amigos se burlaban y se aprovechaban
de él. Le quitaban el almuerzo, no le dejaban jugar con ellos y solo lo querían
para que les hiciera favores. Juan no podía hacer nada porque era los únicos “amigos”
que tenía y prefería eso antes que estar solo. Una mañana su madre no pudo más y le dijo que debía contarle lo que le pasaba porque
ella solo lo quería ayudar, pero a él le daba mucha vergüenza contárselo a su
madre. Sin embargo sabía que no podría aguantar esa situación durante más
tiempo y decidió contarle lo que le sucedía. Esa misma mañana su madre fue al
colegio con y hablo con su profesora para que remediara la injusta situación que
estaba viviendo su hijo. Por supuesto, la profesora no tenía ni idea de lo que
estaba pasando con Juan pero se arregló fácilmente. La profesora tuvo una
charla con los demás alumnos y a partir de ese día Juan fue tratado como merecía,
pero también aprendió que debía confiar en sus padres y profesores para
contarles los problemas que tuviera.
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