miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un día de cada día.


Por: Marc Perez Escamilla

Miro hacia la calle y dándole la espalda a la puerta, la cierro. Me fijo bien, y a la otra cera de la calle observo la parada de autobús repleta de gente, con caras de preocupación, seguramente porque van tarde.

Decido cruzar la calle sin ir al paso de cebra, miro hacia la derecha, luego hacia la izquierda y finalmente decido cruzar. Llego a la parada y lo primero que hago es ir a mirar el contador, quedan dos minutos para que llegue mi autobús.

En la parada, siempre está la mujer esa que tiene pinta de trabajar en una oficia, aquel que parece un vagabundo, o los jóvenes, que van en uniforme, pero que llevan la corbata desatada y  hablan un tipo de slang muy raro.

Me uno al grupo de los preocupados y espero, llega el autobús. De repente me da la sensación de cómo si el bus llevase un imán, todos los preocupados y yo somos atraídos al campo magnético del autobús. Se abren las puertas y saco mi tarjeta para picar en el circulo amarillo, realizas esa acción, la luz se pone verde y aquello pita varias veces. Luego, le echas una mirada al conductor, y el te la devuelve como diciendo, ¡pasa! 

Subo arriba, donde casualmente encuentro a algún compañero, elijo mi asiento y cuando me voy a sentar realizo un movimiento en el que saco el brazo de una de las asas de la mochila, esta queda colgada de mi otro brazo, de esta manera me puedo sentar.

Aprovecho el corto viaje para guardar mi tarjeta en su sitio y para sacar el móvil, verdaderamente con este no hago nada, simplemente introduzco el pin, me aseguro de que está en modo silencio y lo vuelvo a bloquear.

Bajo por las escaleras con el autobús aún en marcha, se abren las puertas y me bajo. Camino lentamente hacia la puerta verde, donde allí, normalmente están los que siempre llegan temprano esperando, y digo:
-¡Buenos días!-

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