miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA REBELDÍA DEL MOMENTO


Tardó unos segundos en encajar la antigua llave en la vieja cerradura. Mientras otros usaban extrañas tarjetas para abrir puertas automáticas, el usaba una llave que recordaba a la de los castillos, pero le daba igual. Sus ojos estaban entreabiertos aunque su cabeza seguía estando entre las sábanas de la noche. La cafeína del café que había dejado insensible su lengua, no tardaría en hacer efecto. Cuando por fin consiguió salir, el cortante viento abofeteo su cara de lado a lado. El frío era una realidad y el calor una mentira más. Miró a un lado y a otro de la calle. Algún tímido peatón ya se aventuraba a empezar el día y salían de las casas, gemelas e idénticas a la del joven salvo por el número de sus puertas. Alcanzó a ver como el autobús 77, detrás del cual había corrido tanto, giraba la esquina dirección Plaza de Castilla. Ya nunca más se preocuparía por el transporte público, ahora tenía su moto. Esa moto roja de la que no se separaba y que había heredado ya con rasguños de su tío. Con un rápida palmadita quitó el rocío del asiento y encendió el motor. Iba tarde. Llegó a la bifurcación como todas las mañanas. Hacia la derecha el instituto, hacia la izquierda la imperial autopista A3. Hacia la derecha la pereza, hacia la izquierda la libertad. Contrario al dicho debió pensar que mas vale nunca que tarde. La decisión estaba tomada. Giró lentamente y encaró la recta carretera por la que tanto le gustaba ir superando el límite de velocidad. Por un día…

Por Pedro Montero de Espinosa Moya

No hay comentarios:

Publicar un comentario