miércoles, 28 de noviembre de 2012

Últimos retazos de raciocinio


            No se despegaban del reloj las empalagosas horas en aquella salvación impuesta, en aquel escollo a su ansiada libertad eterna. El tiempo se le adhería al cuerpo y lo impregnaba todo de una desdeñada espera perenne, pero ésta nunca era saciada, y la aguja más chica seguía persiguiendo a la mayor para preguntarle de quién huía.
            El espíritu imperecedero de Bartolomé le impedía caer en aquella espiral de alienación constante, y le forzaba a aferrarse al alféizar de la cordura con vistas al entendimiento. Ya asidua a sus diáfanos pensamientos, la intransigente certeza de que moriría allí mismo y solo, martilleaba, insistente. la delgada cornisa de la que pendía su juicio; guardándolo así de perderse en el laberinto de la enajenación.
            La muerte no lo amilanaba, era la clausura, aquel último destierro en el ocaso de su noche lo que lo apocaba cada día más a seguir luchando por no caer. La falta de una mano amiga que lo sostuviese, hacía mella, día tras día, en su ajado cuerpo, haciéndole dudar de todo lo que hasta aquel entonces habían sido inamovibles sentencias.
            El titubeo era imperdonable, era la certidumbre la que le restaba cierta untuosidad al reloj y propiciaba un aumento de sus fuerzas recordándole lo que nunca debió olvidar, que un día más es un día menos.
            

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