domingo, 20 de enero de 2013

Ese monstruo exquisito.

Otra vez de viaje, otra vez, otra vez dentro de un coche durante horas que se que se me van a hacer interminables. Horas sentada, sin nada que hacer más que mirar a través de la ventanilla, y ver como pasan paisajes, árboles, casas, casas, árboles, paisajes. Campo, campo y más campo. Siempre sentada en el minúsculo asiento del coche, no hay sitio para estirar las piernas entre los asientos. La espalda tiende a estirarse y ni siquiera puede, sólo el cuello, que, con suerte, puede caer sobre el hombro del que se sienta al lado .El coche corre kilómetros y kilómetros, y fuera nada cambia. Dentro tampoco. Me pongo los cascos para oír música, pero es la música de siempre y en cinco minutos me canso de escucharla. No me anima. Ni siquiera la música puede romper el tedio del viaje en coche. Quizás si comiera algo mejoraría mi humor. Pido algo de comer y me pasan una bolsa de patatas fritas de mi marca favorita. Las rechazo. Seguro que me darán sed y a la larga será peor. Parece que fuera hace un día espléndido pero a través de la ventanilla sólo percibo el calor detrás de un cristal. Es un calor de invernadero que me hace sentir vegetal. Pienso en este viaje y en qué estarán haciendo mis amigas o en que, ojala no me tuviera que ir de viaje para poder salir de este horrendo coche, en el que gracias a mis hermanos y a las grandes cantidades de equipaje que llevamos no tenemos casi espacio para poder movernos. Se me están durmiendo las piernas y apenas puedo estirarlas. Todavía quedan kilómetros en esta larga carretera sin fin en la que no quiero pensar y ni si quiera tengo sueño. Tal vez el sueño me podría ayudar a hacer más amenas unas cuantas horas, pero gracias a al continuo debate entre mis padres sobre la detestable disputa que se está produciendo en la radio no consigo dormirme. No tengo grandes expectativas sobre lo que me voy a encontrar cuando lleguemos. Un viaje tan largo, ¿Para qué?.. Para tener una vuelta igual de aburrida.

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