miércoles, 28 de noviembre de 2012

LA REBELDÍA DEL MOMENTO


Tardó unos segundos en encajar la antigua llave en la vieja cerradura. Mientras otros usaban extrañas tarjetas para abrir puertas automáticas, el usaba una llave que recordaba a la de los castillos, pero le daba igual. Sus ojos estaban entreabiertos aunque su cabeza seguía estando entre las sábanas de la noche. La cafeína del café que había dejado insensible su lengua, no tardaría en hacer efecto. Cuando por fin consiguió salir, el cortante viento abofeteo su cara de lado a lado. El frío era una realidad y el calor una mentira más. Miró a un lado y a otro de la calle. Algún tímido peatón ya se aventuraba a empezar el día y salían de las casas, gemelas e idénticas a la del joven salvo por el número de sus puertas. Alcanzó a ver como el autobús 77, detrás del cual había corrido tanto, giraba la esquina dirección Plaza de Castilla. Ya nunca más se preocuparía por el transporte público, ahora tenía su moto. Esa moto roja de la que no se separaba y que había heredado ya con rasguños de su tío. Con un rápida palmadita quitó el rocío del asiento y encendió el motor. Iba tarde. Llegó a la bifurcación como todas las mañanas. Hacia la derecha el instituto, hacia la izquierda la imperial autopista A3. Hacia la derecha la pereza, hacia la izquierda la libertad. Contrario al dicho debió pensar que mas vale nunca que tarde. La decisión estaba tomada. Giró lentamente y encaró la recta carretera por la que tanto le gustaba ir superando el límite de velocidad. Por un día…

Por Pedro Montero de Espinosa Moya

Aún recuerdo la primera vez que vi a Javier entrar en clase. La profe de Lengua nos lo presentó, y nos dijo que se tuvo que cambiar de colegio por movidas de trabajo de sus padres, así que si entre todos le ayudábamos, seguro que su adaptación sería más fácil y rápida. Recuerdo que se quitó la gorra e iba con el auricular de su Ipod colgando (de hecho, parece que los auriculares son una prolongación de su oreja, ¡porque no se los quita ni en la ducha!), y se sentó justo delante mío, aprovechando que había una mesa vacía. Al principio no me llamaba la atención porque notaba que le costaba mucho entablar conversación, se pasaba el día pendiente de la pizarra y en las horas muertas entre clase y clase, sólo hacía que desconectar escuchando su Ipod. Luego, con el tiempo, vi que cada día era más sociable y, sobretodo, que tenía un sentido del humor único. ¡Me partía la caja con él! Siempre tenía una anécdota, un chiste o una imitación súper divertida con la que no paraba de reír… ¡Lo peor era cuando me pillaban los profes! Más de una vez me habían echado por su culpa, porque no podía aguantar las carcajadas de su última broma… En fin, que estaba tan acostumbrada a Javier y a sus bromas, que esperaba con ansia que llegara el lunes para volverme a encontrar con él y sus movidas. Pasaron los meses, el curso avanzaba, y sentía que necesitaba verle más y estar con él. Y como era de esperar, me quedé pillada. Mi madre siempre dice que cuando te lo pasas bien, el tiempo pasa muy deprisa… y efectivamente, así fue. Nos habíamos plantado en la última semana de curso, y yo no quería ni pensar qué pasaría… porque sabía que, cuando terminara el curso, se volvería a ir, ni más ni menos que ¡al extranjero! porque su padre se volvía a trasladar por culpa del curro… ¡Qué palo más grande! Y claro, ya me veis a mí, intentando detener el tiempo y apurando todos los ratos que pasaba con él.  

El dia que nunca viene, pero vino...


El día ya empezó muy mal para Román, fue levantado por su hermano de diecisiete años, le levanto al tirarle un jarrón de agua. Cuando Román se levanto de la cama, fue a hablar a su madre de que paso. Le intento buscar por toda la casa, hay gotas de agua en todas las habitaciones y en la cama de Román parece si es una piscina. Román no pudo encontrar a su madre, cuando se fue al baño para secarse, pregunto a su hermano “¿donde está mama?” “Mama se ha ido a un sitio mejor”, apunto de llora el hermano. “¡Jajá! Es broma, se ha ido al trabajo.” Román está sorprendido, “pero si siempre voy con mama, siempre salimos juntos, siempr…”. “Es sábado Román.” Le interrumpe el hermano. "Ah ya lo entiendo, ¿pero porque me tiraste el jarrón de agua?" Le pregunto Román. "Cállate y levántate" le respondió el hermano. Y Román sorprendido, se levanta, justo antes cuando su hermano le va a tirar el jarrón.

Perder el movil

Pepito vivía en una casa en el norte de Londres, en un barrio llamado Enfield. Cada día salía de casa sobre las 7:45 para llegar al colegio y para hacerlo atravesaba una calle en la que había dos colegios de primaria, uno a la izquierda y otra a la derecha. Había una clara diferencia entre los dos. La de la izquierda era tres edificios que estaban hechos de ladrillos amarillos, y organizados con forma de U con un patio en medio; lo habían renovado hace poco y era bastante moderno. El otro colegio a la derecha, en comparación, era bastante más viejo: ladrillos marrones con moho en los huecos y había nidos de palomas hechos sobre el tejado. El patio tenía porterías, pero estaban rotas, ya que estaban oxidadas y los niños se habían colado en ellas y había una gran cantidad de basura esparcida por el suelo. Sobre unos escalones estaban sentados un par de niños y eran los únicos en el patio y estaban comiendo. Al final de esta calle había una parada de autobús en la que él se sentó. Los cristales estaban rotos y los mapas tenían grafitis pintado sobre ellas y una pantalla indicaba que el autobús estaba a 15 minutos y se enfadó un poco ya que normalmente tardaba mucho menos en llegar.
‘Oye, dame tu móvil’, le dijo alguien con la cara cubierta y llevaba un jersey con la capucha puesta. Pepito obedeció la orden y se lo dio por el miedo que le daba ese personaje. Este salió corriendo y Pepito se quedo sentado, casi llorando. !Le habían quitado su móvil! Cuando llegó el bus, se montó en él. Cuando volvió a casa por la tarde no le contó a nadie lo que le había ocurrido.

Vivir la vida

Era una mañana triste de invierno. La oscuridad aún inundaba la pequeña habitación. Sonaba el despertador de su móvil mientras él se estiraba y escuchaba como caía la lluvia y pegaba contra la gran ventana, que estaba al lado de su escritorio.
Normalmente se levantaba antes que nadie, para poder salir de casa con suficiente tiempo para no tener que ir corriendo al instituto. Ese día fue distinto. Se quedó diez minutos más en cama. Fue probablemente el único momento del día que tuvo para pensar en sus cosas olvidándose del examen que pronto haría y los muchos trabajos que tenía que hacer. "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" se preguntaba a sí mismo.
Ya tenía dieciséis años y realmente no sabía que había hecho todo este tiempo a parte de estudiar, no había disfrutado en todo este tiempo.
Se levantó, caminó por el estrecho pasillo, llegó al baño y vió su rostro entristecido en el espejo.
Salió de casa y se encontró con una amiga,
"No sé que está pasando con mi vida, no dejo de darle vueltas a lo mismo, tengo dieciséis años y me da la sensación de que no he vivido nada" le dijo él desesperado.
"Te entiendo, no sabes cuanto" le dijo ella lamentándose.
Querían que las cosas cambiasen pero lo único que podían hacer por ahora era entrar en clase y hacer el examen de biología.

Un Día sin trabajo


Se levantó mas temprano de lo normal, por culpa de los barrenderos, después de haber bostezado unas cuentas veces fue a ver si tenía cartas esperando para abrirse. Vio que tenía una que decía ¨MUY IMPORTANTE¨ preocupado y ansioso abrió la carta al instante. La carta ponía, que si no pagaba ₤500 sería expulsado al final de la semana. Entonces después de haber leído la carta con mucho cuidado, apuro en salir de casa y fue en busca de un trabajo a las calles de Londres. Se monte en el 9 que le llevaba hacia Oxford Street. Empezó yendo a tiendas, entrego sus currículos extraordinarios pensando que iba a recibir una respuesta en menos de una semana pero no era el caso. Luego fue a cafeterías y a restaurantes, pero ya no estaba en sus manos.
Al final de la semana no recibió ninguna respuesta de absolutamente nadie, entonces tuvo que conformarse con quedarse en casa de su hermana mayor

-Hermana: ''Todo va a estar bien Juan, no te preocupes''
-Juan: '' Muchas gracias tia, en serio...''


Traidora


La estudiante saco sus libros de francés acababa de terminar el recreo y aun tenia la mente en las nubes. Escuchaba atentamente la lección del día, pero su atención no duro mucho porque su mirada se desvió hacia la ventana blanca situada al lado suyo. Estaba lloviendo afuera, el cielo estaba cubierto de nubes negras y grises, el viento soplaba con fuerza y las palomas no volaban. Ella podía oír a los niños de primaria gritar por la lluvia y los veía correr hacia la carpa blanca donde algunos jugaban al football.

Intento concentrarse en la lección, abrió su cuaderno y antes de ponerse a hacer los deberes que la profesora había mandado, termino de copiar los apuntes de la pizarra. Desafortunadamente después de terminar de copiarlos su mente se desvió hacia el callejón de la memoria.

Se acordó de los exámenes suspensos que tuvo durante el curso y como le habían amargado los días, pero lo que le sucedió le amargo la vida por semanas. La perdida de sus amigos queridos que habían estado con ella durante toda su vida, que nunca la habían abandonado era lo pero que le había pasado. Ella a veces se arrepentía de lo que paso ese día, pero ella era una traicionera que nunca conseguiría la confianza de sus compañeros de nuevo. 

por- Isabela 4 ESO B

La rutina de siempre

Sonó el despertador. Un rayo pálido se asomaba por la cortina. Su cuerpo yerto, no respondía a las ordenes del cerebro. Cuanto mas quería menos podía hasta que de repente, sintio una sensacion de frío glacial corriendo por el cauce de sus venas. Durante unos segundos, pensaba estar congelado. La culpable, su insensible madre que deseaba su regreso al mundo real. Lentamente, pero con seguridad, se levantó. Fue un proceso difícil y languidoComenzó a dar pequeños pasos, se detuvó. La luz resplandeciente de la cocina señalaba el comienzo del desayuno. Renovó sus pasos, sabiendo que le esperaba lo peor. Torció a la derecha, dirigiéndose al baño. El baño estaba abarrotado de objetos pero solo dirigió la mirada hacia el reluciente lavabo, sus pensamientos oscilaban entre si abrir el grifo o no. Dudoso, levantó el mango, tenía un tacto frío y cálidoComenzó a salir un aterrorizante chorro de agua. Sin pensarlo, juntó las manos temblorosas y cuando se habían llenado de agua, Zas! Ahora estaba realmente despierto.

Por: Cesar Wang

UN DIA CON LA REINA

Salimos de casa, mi hermana pequeña y yo, y nos montamos en el autobús rojo numero 414. Pasamos la tarjeta oyster por el escáner amarillo, saludando al conductor mientras pasamos por la gran cantidad de gente que estaban de pie, pidiendo disculpas para que nos den el paso.
                Estuvimos de pie unos treinta minutos, minutos que sentían como horas, hasta que muchas personas bajaron del autobús en la estación de Paddington, y nos sentamos en unos asientos verdes con puntitos azules.
                “Solo quedan 9 paradas mas,” le dije a mi hermana, su cara convirtiendo en una de angustia ya que estaba agotadísima; no le iba bien despertar a las ocho de la mañana un sábado.
                Salimos del autobús, anduvimos un rato y por fin llegamos al hermoso palacio que era Buckingham Palace, con sus puertas negras doradas de oro, la bandera moviendo al ritmo del viento, y el agua de la fuente tan claro y limpia como siempre.
                “Vaya maravilla,” suspiró mi hermana, que se quedó boquiabierta, sus ojos sobresaliendo de su cabeza y una pequeña sonrisa en sus labios. “Me encanta.” Y con decir eso, me dio un enorme abrazo, su manera de decir gracias por haberle llevado a ver el Palacio. 

Alexandra Pinilla-Taylor 4oESO B

Un día de cada día.


Por: Marc Perez Escamilla

Miro hacia la calle y dándole la espalda a la puerta, la cierro. Me fijo bien, y a la otra cera de la calle observo la parada de autobús repleta de gente, con caras de preocupación, seguramente porque van tarde.

Decido cruzar la calle sin ir al paso de cebra, miro hacia la derecha, luego hacia la izquierda y finalmente decido cruzar. Llego a la parada y lo primero que hago es ir a mirar el contador, quedan dos minutos para que llegue mi autobús.

En la parada, siempre está la mujer esa que tiene pinta de trabajar en una oficia, aquel que parece un vagabundo, o los jóvenes, que van en uniforme, pero que llevan la corbata desatada y  hablan un tipo de slang muy raro.

Me uno al grupo de los preocupados y espero, llega el autobús. De repente me da la sensación de cómo si el bus llevase un imán, todos los preocupados y yo somos atraídos al campo magnético del autobús. Se abren las puertas y saco mi tarjeta para picar en el circulo amarillo, realizas esa acción, la luz se pone verde y aquello pita varias veces. Luego, le echas una mirada al conductor, y el te la devuelve como diciendo, ¡pasa! 

Subo arriba, donde casualmente encuentro a algún compañero, elijo mi asiento y cuando me voy a sentar realizo un movimiento en el que saco el brazo de una de las asas de la mochila, esta queda colgada de mi otro brazo, de esta manera me puedo sentar.

Aprovecho el corto viaje para guardar mi tarjeta en su sitio y para sacar el móvil, verdaderamente con este no hago nada, simplemente introduzco el pin, me aseguro de que está en modo silencio y lo vuelvo a bloquear.

Bajo por las escaleras con el autobús aún en marcha, se abren las puertas y me bajo. Camino lentamente hacia la puerta verde, donde allí, normalmente están los que siempre llegan temprano esperando, y digo:
-¡Buenos días!-

Era temprano, tan temprano que los diferentes útiles de la habitación matrimonial parecían haber detenido un divertido juego nocturno de manera perfectamente sincronizada con la abertura de los párpados de José Ángel. Despertó a Carmen, su mujer, de una forma seca, gastada ya por los rutinarios años de la vida conyugal, y ella dejó caer un beso inexpresivo en su aún húmeda mejilla antes de levantarse y coger la bata que estaba colgada al lado del cabecero de la cama.
            Habían planeado (fue ella la que insistió, José simplemente no tenía ganas de hacer preguntas y asintió de forma automática;para no romper la tradición) una excursión al campo con sus hijos, por eso de pasar más tiempo con la familia, respirar aire puro y todas esa retahíla de argumentos impropios que repetía Carmen cada vez que advertía en alguien una veta de desánimo frente a la salvadora excursión.
Cristian, el menor y único hijo varón de la pareja, se lo tomó con resentida obligación, como si de una visita rutinaria al médico se tratase. Fue Yolanda, la mayor de los descendientes y única hija, la que más se opuso a la idea. Decía que ya tenía una edad para estar haciendo gilipolleces con sus padres en el monte, que además era domingo y quería descansar… Su padre no la culpaba, a él también le apetecía pasar un domingo más de fútbol y cerveza con los amigos, pero no quería tener una discusión con su mujer por una excursión, no era de los que solían hacer valer su opinión con vehemencia. Lo que nadie llegó a comprender fue lo de que quería descansar. Había dejado los estudios 3 años atrás y desde entonces vivía en un fin de semana permanente, en el que siempre era sábado pero nunca domingo, en el que los derechos parecían no ser nunca suficientes y las obligaciones, simples desconocidas. Finalmente, la sangrante ira inicial dio paso a una costra de resignación, y aceptó, muy a regañadientes, un cese de su sucesión de sábados para introducir un domingo con la familia. Aunque nunca un lunes.
            Debían llegar a la estación de autobuses a las 9:30 de la mañana, y pasaban escasos minutos de las 7:30 cuando el extenuado matrimonio despertó a sus hijos, concediéndoles ya el habitual margen para que se desperezasen y otros esperados imprevistos.
Cristian acudió al desayuno levitando, con la expresión del rostro aún sin definir. Desayunó con desgana, con la habitual frugalidad que enerva a una madre, pero tampoco se trató de un desayuno insuficiente para afrontar el arduo día que se avecinaba; y se duchó. Cuando aún restaban escasos minutos de las 9, estaba ya preparado, esperando por su hermana en la sala con la televisión encendida.  Ella llegó tarde a desayunar, al tiempo que su hermano se dirigía al baño. Aderezó el mojado y tibio café con gruñidos y refunfuños por los que nadie se sintió aludido, pero que no hacían más que servir de recordatorio de por qué estaban todos levantados a aquellas horas tan intempestivas. El desayuno fue breve, pero su estancia en el baño se prolongó hasta bien pasadas las 9, provocando resoplidos, tamborileo de dedos, y un creciente malhumor en Carmen, que comenzaba a impacientarse. Cuando la puerta del baño se abrió todas las dudas sobre la tardanza se disiparon: Yolanda iba vestida con unos tacones kilométricos dorados, un mini-short vaquero clarito que dejaba a la vista gran parte de la curvatura de sus laureadas nalgas, una blusa asimétrica con print de leopardo, unos pendientes que semejaban dos lunas colgadas de la bóveda celeste de su lóbulo, y con su cara convertida en el óleo del mejor de los artistas barrocos.                             
            -Yoli,¿ pero tú a dónde te crees que vas? Que vamos al campo hija mía, no vamos de ligoteo a la disco. Siempre igual, ¿no? Tú tienes que ir siempre monísima de la muerte, no puedes ir por una vez vestida de acuerdo al sitio al que vas. ¡Pues nada nada, tú a lo tuyo, como siempre!- la recibió su madre abriendo una minúscula vía de escape para el cabreo que había ido creciendo en ella durante la larga espera.
            -Joder má, no voy a ir con chándal, ¿no? Imagínate que por casualidad nos encontramos con alguien que conocemos, sería una movida la ostia de chunga, ¿o no?- respondió desesperada, explicando lo que en su pintarrajeada cabeza era evidente
            -¿Y ese maquillaje? Ni que fueras a salir al concurso de Miss España. Con lo guapa que tú eras, y siempre tienes que emperifollarte con potingues y pírsins de esos- continuó su madre ajena a la respuesta que la había proporcionado su hija.
            José Ángel, temiendo cómo de insoportable se podía tornar la situación a lo largo del día, rezaba para que, al menos, el aire estuviera tan puro como se comentaba en la urbe de los humos insalubres.

Últimos retazos de raciocinio


            No se despegaban del reloj las empalagosas horas en aquella salvación impuesta, en aquel escollo a su ansiada libertad eterna. El tiempo se le adhería al cuerpo y lo impregnaba todo de una desdeñada espera perenne, pero ésta nunca era saciada, y la aguja más chica seguía persiguiendo a la mayor para preguntarle de quién huía.
            El espíritu imperecedero de Bartolomé le impedía caer en aquella espiral de alienación constante, y le forzaba a aferrarse al alféizar de la cordura con vistas al entendimiento. Ya asidua a sus diáfanos pensamientos, la intransigente certeza de que moriría allí mismo y solo, martilleaba, insistente. la delgada cornisa de la que pendía su juicio; guardándolo así de perderse en el laberinto de la enajenación.
            La muerte no lo amilanaba, era la clausura, aquel último destierro en el ocaso de su noche lo que lo apocaba cada día más a seguir luchando por no caer. La falta de una mano amiga que lo sostuviese, hacía mella, día tras día, en su ajado cuerpo, haciéndole dudar de todo lo que hasta aquel entonces habían sido inamovibles sentencias.
            El titubeo era imperdonable, era la certidumbre la que le restaba cierta untuosidad al reloj y propiciaba un aumento de sus fuerzas recordándole lo que nunca debió olvidar, que un día más es un día menos.
            

UN NIÑO CON PROBLEMAS



Juan se despertó a las 7.30 como todos los días para ir al colegio, era lunes, odiaba los lunes, odiaba ir al colegio. Su madre lo animaba cada mañana y no comprendía porque no le gustaba ir al colegio, Juan nunca quería hablar con su madre de ese tema. Simplemente le decía que no le gustaba estudiar, pero eso no era verdad. El verdadero motivo de su desanimo cada mañana para ir al colegio era que no tenía amigos y a los pocos que consideraba como amigos  se burlaban y se aprovechaban de él. Le quitaban el almuerzo, no le dejaban jugar con ellos y solo lo querían para que les hiciera favores. Juan no podía hacer nada porque era los únicos “amigos” que tenía y prefería eso antes que estar solo. Una mañana su madre no pudo más  y le dijo que debía contarle lo que le pasaba porque ella solo lo quería ayudar, pero a él le daba mucha vergüenza contárselo a su madre. Sin embargo sabía que no podría aguantar esa situación durante más tiempo y decidió contarle lo que le sucedía. Esa misma mañana su madre fue al colegio con y hablo con su profesora para que remediara la injusta situación que estaba viviendo su hijo. Por supuesto, la profesora no tenía ni idea de lo que estaba pasando con Juan pero se arregló fácilmente. La profesora tuvo una charla con los demás alumnos y a partir de ese día Juan fue tratado como merecía, pero también aprendió que debía confiar en sus padres y profesores para contarles los problemas que tuviera.

martes, 27 de noviembre de 2012

Las mañanas, ¿Quién no las odia?


“¡Esther, despierta que sino vas a llegar tarde al colegio!”.
 Estas eran las peores palabras que le podía decir María a su hija Esther, ya que hacía que interrumpiese su estado de descanso y paz, dentro de su mullida y caliente cama, y tuviese que hacerle cara a lo peor, tener que salir de la cama para enfrentarse al frío atroz que hacía por las mañanas en su casa. Ese día Esther estaba tan cansada que sin darse cuenta se volvió a  quedar dormida, pero tras diez minutos más de sueño la insufrible voz de su madre volvió, llamándola desde la realidad para que despertase del mundo de los  sueños “¡Esther, despiértate ya! Me voy a trabajar, espero que no llegues tarde al colegio porque yo no te voy a llevar en coche que sino llego tarde al trabajo, así que te vas en metro o en bus, ¡ Adiós!”. 
Y tras un gran esfuerzo de no volverse a dormir, se despertó, y empezó a pensar en lo horribles que eran las mañanas y en lo odioso que era madrugar. Así que se vistió, se lavó y fue a la cocina donde, gracias al enorme ventanal y a la gran cantidad de luz que había ya que era principios de marzo, se despertó definitivamente. En la cocina abundaba el olor a café que tanto les  gustaba tomar a sus padres y a tostadas un poco quemadas que le había preparado su madre, pero como ya llegaba tarde, cogió una manzana, cogió su mochila el bonobus, los cascos y el móvil  y salió de casa pensando “Es viernes, menos mal que mañana podré dormir más”.   

Soñar


Sonó el despertador a las siete en punto, como cada mañana. Despegó sus labios y exclamó "Ya va", sabía que estaba solo, que nadie le llamaba, pèro era su manera de demostrar que la soledad le dolía. Se desperezó tumbado en la cama observando a su alrededor, todo seguía igual, nada había cambiado. Cómo odiaba esa delsilusión matutina al ver que aún seguía viviendo la misma triste vida, en su triste piso Aquella casa, ese diminuto piso, si se le podía llamar piso a ese cuchitril de mala muerte situado encima de aquel maloliente burdel al que solo acudían cuatro vagabundos borrachos en busca de un poco de calor, de cariño. Como detestaba también su habitación, con esas paredes desconchadas y esas cortinas roídas llenas de hollín, curioso como había llegado hasta allí, porque chimnea no había: A saber como habia amueblado el piso su casero.

Como cada mañana se fue a lavar la cara, para olvidarse de la desilusión de seguir en este mundo, en esta vida. Se miró en el espejo, y siguió insistiendo con esa mancha, día tras día intentaba limpiar lo que él creía que era vaho. Mientras pensaba cómo le gustaría que algún día todo eso cambiara, que algún dia durmiese en un colchón mudo, con una almohada de plumas; tener una casa de colores uniformes, no le importaba cuales fueran, incluso podrían ser negras, de hecho lo prefería; se sentía tan identificado con ese color, toda la vida acompañandole. Ojalá enla hora del sudoku en vez de oírse ratas correteando por allí se oyese a sus hijos jugando mientras su mujer cocinaba un jugoso estofado.

Terminó de asearse y se dispuso a macharse, a ganarse el pan, para poder seguir viviendo, mas bien para poder seguir soñando, porque aquello no era vida.

FAUSTO.
Desde que nació, todo el mundo conocía el porvenir del pequeño José Fausto. Su padre había consumido las principales drogas que se repartían por Carabanchel en los años 80; cocaína, cánnabis, heroína…pasando por cientos de tipos de pastillas. Parecía que la vida de José padre se había arreglado con el matrimonio. Él estaba enamorado, ella no. ¿Qué le importaba a la muchacha todas esas noches de fiesta que su marido se pasaba con los amigotes, siempre y cuando volviera a casa con los bolsillos llenos?

En una madrugada primaveral, meses después de comenzar la nueva década, José Fausto de dirigía hacia su casa con paso cansino, zigzagueante y confuso. Esa misma noche había `disfrutado` de una ´fiesta` a gran escala que él y sus amigotes de costumbres poco deseables habían organizado en medio de Sol. Por supuesto, ´´El Gomas´´ y ´´El Drogas´´ tenían suficientes ´provisiones´ como para estar bien despiertos hasta ya entrada la madrugada.

Durante esa noche, decenas de jóvenes (y no tan jóvenes) se pasaron horas apoyados en la nueva cúpula de cristal que cubría la estación de metro, formando una especie de corro humano alrededor de dicha infraestructura. Así estuvieron durante horas, solos; en una inmensa plaza vacía y triste, en las que horas antes costaba hacerse un sitio. Al comienzo de la noche, las caras eran apagadas, casi moribundas. Pero a medida que avanzaba la noche y se mataban más y más por dentro, parecían ver la luz al final del túnel y sus cuerpos saltaban de alegría. Sobre las 4 de la mañana, la gente más madrugadora que tuvo la mala suerte de pasar por la plaza en medio de ese ´espectáculo´ podía ver claramente como gente como José Fausto se subía poco a poco la manga del roído jersey, cogía una vieja y grisácea jeringuilla de la mano de su "colega", y se inyectaba sustancias cuya identidad el espectador desconocía. Cada peatón se horrorizaba a su manera, cada uno desarrollaba distintas hipótesis en su cabeza y trataba de imaginar la sustancia que esa gente se estaba metiendo. En definitiva, no querían acercarse a José Fausto.

A las 5 de la mañana José Fausto ya estaba a escasos metros de su portal, que estaba en el centro del Barrio de Salamanca. No se podía apreciar ninguna mancha (ni siquiera ningún chicle pegado) en las carreteras de ese cuidado barrio. Las casas estaban inmaculadas, perfectas, cada coche estaba aparcado a conciencia  y los números de cada portal brillaban majestuosamente ante aquella leve luz del sol de amanecer.  De repente, mientras Fausto buscaba el frío metal de las llaves del portal, aquel zigzagueante paso desapareció, dejando solamente un seco y fuerte ruido. José Fausto había caído de bruces sobre la bella y cuidada acera del Barrio de Salamanca. Efectivamente, José Fausto acabó como su padre.

ANTONIO ÁLVAREZ


VEINTICINCO
Y llego ese día. Aquella misma mañana me desperté con la luz resplandeciente que entraba por mi ventana, mire el reloj, las 9:30 era pronto para levantarse, pero el cuerpo me lo pedía, no podía esperar más llevaba mucho tiempo sin verle, como estaría, tendría cosas que contarme, no lo sé. Comí rápidamente no podía aguantar más tenía que salir ya de casa. Cogí el metro hasta Oxford Circus, estaba repleto de gente empece a caminar no podía estar más feliz le iba a ver y encima la Navidad estaba por llegar, como se notaba, todas las calles adornadas con luces navideñas y gente vestida de Papa Noël cantando villancicos por la calle. Baje la calle de Regent Street casi corriendo había quedado al final de esa calle, cuando llegue empece a mirar como una loca hacia la izquierda, no le veía, hacia la derecha, tampoco le veía, se habría olvidado de que habíamos quedado. Me quede en el medio de una calle paralizada, no le encontraba, cogí mi Blackberry, tenía un whatsapp, era de el.
-Sara lo siento llegare un poco más tarde, quedamos en el mismo sitio.
Mire el móvil aliviada, iba a venir no me lo podía creer. Pasaron 10 minutos de repente alguien me tapo los ojos, me vino el olor del perfume de Calvin Klein que el solía llevar, me gire y le abrace.
Sara López 4ºB

No lo recuerdo

David se despertó tirado en un banco dentro de un parque, tenia mucho frió, y el suelo estaba mojado como si hubiese llovido la noche anterior, miró alrededor y solo había botellas en el suelo y el cuerpo ensangrentado de un hombre de estatura media, pelo castaño y ojos azules, llevaba una chaqueta marrón, se la quito, y al ponérsela sintió el calor de la chaqueta en su piel, toco el cuerpo del hombre, estaba caliente, lo cual explicaba cuan cálida era la prenda. Supuso que esa persona habría muerto hace poco "¿Quién lo mato? ¿fui yo?" se preguntaba a si mismo.
Al salir del parque, cruzo Bayswater Road, vió un hotel, un salón de belleza, y una cafetería al lado de Queensway Station en la cual se sentó a tomar un café; un hombre se le acerco y le dijo "Mira tus bolsillos, te diran donde tienes que ir" y se fué.
Al mirar en los bolsillos de su chaqueta encontro la foto de un hotel, unas llaves y una nota escrita, la cual decía: "bus 94 con dirección Acton Green", supuso que tendria que bajarse cuando viera dicho hotel, y así lo hizo.
Al bajarse del bus se encontro con Hilton London Kensington  Hotel frente, que se encontraba frente a un pequeño parque, en las llaves ponía el numero de su habitación.
Al llegar a su habitación se decía a si mismo "¿Quién había matado a ese hombre? ¿Quién era? No lo recuerdo..." 
David tiene 24 años y después de haber  recibido un golpe en su cabeza durante un robo en un banco, perdió la capacidad de almacenar nuevos recuerdos en su memoria...


Por: Ricardo Ruales 4ºB  E.S.O

Un cambio en la rutina

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Eran las ocho de una lluviosa tarde y Patxi se dispuso a cerrar la tienda, su pequeño negocio familiar en un pequeño pueblo de Navarra situado a pocos kilometros de su casa. Se dirigía hacia la parada del tren. Mientras esperaba empezó a recordar su pasado: los niños en la calle, las abuelas haciendo tertulia en la plaza, gente paseando, disfrutando cada día … Entonces empezó a darse cuenta de la situación en la que vivía ahora, el radical cambio que había dado la vida, de jugar a la pelota en la calle a jugar en un pequeño rectángulo táctil, de la alegría que te daba ver a tu abuelo y contarle tus anécdotas a hablar con ellos por obligación de tus padres, a esperar con ansia el bocadillo de chorizo a no comer para mantenerte en forma, hemos pasado del Nokia feo, grueso, pesado a Iphones que te quitan la mitad del tiempo del día… Llegó el tren, y como cada día paró en el centro de Pamplona, minutos después, cruzó la solitaria calle Marina Garpe y llegó a su casa, antigua, una casa clásica de aquellas que para llamar movías la campanilla, de las de vigas de madera, aquellas con las grandes chimeneas negras...
Dispuesto a preparar la cena encendió el gas y recalentó las lentejas del día anterior mientras Mercedes ,su mujer, ponía la mesa. Mientras cenaban empezaron a conversar sobre el día a día cuando Domingo cambió de tema diciendo:
-¿Cariño por qué?
-¿Porque qué?
-¿Por qué cambia la sociedad, la vida, las costumbres?¿Por qué no es siempre igual?
Ella con un acariciándole su arrugada mejilla mientras se disponía a recoger su plato le dijo:
-Patxi, la rutina no le gusta a nadie.
Se quedó pensativo y esbozó una sonrisa de agradable satisfacción.

Un dia de diciembre


Y se cayó. Cayó de un precipicio muy alto, el viento le daba en la cara tan fuerte que dolía. Miraba hacía abajo,las personas parecían hormigas desde ahí arriba. Llevaba unos minutos en el aire y aún no se había estrellado, pero en un abrir y cerrar de ojos todo desapareció.

Se despertó en el suelo, solo era una pesadilla, el cuerpo le pesaba mucho y casi no podía levantarse, miró el reloj, solo eran las 8:00 en punto de la mañana. Se cambió y se dirigió a la puerta, el pomo estaba muy frío, tanto que casi se le quedaban las manos pegadas en él. Abrió la puerta para ver que pasaba,descubríó que había nevado esa noche y una manta de nieve cubría la calle. Los arboles no tenían hojas y el suelo estaba resbaladizo, la boca de la gente parecía estar en llamas, aquello parecía un mundo totalmente distinto pero seguía estando en Ladbroke grove, el CFC estaba esperando clientes como siempre, había mucho tráfico en la calle principal y de la estación no paraba de salir gente. Esto se veía todos los dias, pero se fijó en un pequeño detalle , las risas abundaban y la gente parecía estar mas contenta de lo normal. Se acercaba el invierno.

La cruda y fría realidad.


En una mañana fría de Londres, Juan se despierta, como siempre con los parpados desobedientes a su orden de estar abiertos. Tiritando sigue el largo pasillo de su modesto piso en el este de Londres, con el propósito de llegar al baño que se sitúa en la primera puerta a la derecha; el baño no es muy grande, lo justo para que quepa un lavabo, una ducha y un retrete. Como cada mañana, Juan se dispone a tomar una ducha, primero coge su toalla, abre el grifo del agua caliente hasta que esta está hirviendo y luego va abriendo poco a poco el grifo del agua fría procurando regular siempre su temperatura con su mano, cuando considera que esta es idónea, se desviste y se introduce en ese chorro de agua, acompañada de una abundante nube de vapor que lo rodea. A la media hora de ducha, Juan escucha como su madre golpea la puerta del baño, como todos los días diciendo:
- Juan, o sales ya de ahí o vas a llegar tarde al colegio, no ves que ya son las 7:20.
Y él respondiendo como todos los días:
- Sí mama, ya salgo.
En este momento Juan se mete en el centro del chorro de la ducha y aprovecha los últimos segundos de calor antes de salir a la cruda y fría realidad que hay detrás de las cortinas de su ducha.

UN DÍA ESPECIAL: Alejandro Pérez

UN DÍA ESPECIAL
     Era una de esas mañanas en las que preferirías quedarte en casa porque se te pegaban las sábanas y estabas muy bien en la cama con tu chocolate con churros  al lado, pero de algo tenía que vivir así que decidí levantarme, me vestí y me lavé la cara. Atravesando Harrow Road, todavía dormido, entre tanta gente me fijé en una chica que me llamó la atención: morena, con una melena que llevaba suelta y que le llegaba a la altura de los pechos. Tenía la piel morena, con una sonrisa radiante y unos labios rojos perfectos era un poco más bajita que yo, pero era la chica ideal. Me miró fijamente, pasó a unos pocos metros de mí y me pude fijar en sus ojos: azules oscuros, un color que me encantaba y combinaba a la perfección con su cara y cuerpo, podría decir que me enamoré, el único problema fue que, al girarme, mientras estaba embobado mirando esa belleza de mujer, se le acercó un chico, muy alto, elegante y guapo, que la besó, la cogió de la cintura y se la llevó andando hasta que les perdí, una gran decepción. Eso era lo que me faltaba para que ese día se convirtiera en un asco de día, así que saqué el móvil y seguí andando a paso moderado hacia el colegio, un día que podría haber sido muy bueno se convirtió en la misma rutina.

Todos los días la misma MIERDA



Aquella noche del 25 de noviembre de 2012 (que era como todas las demás noches), en la oscura y silenciosa Allington Road, en una casa cercana a la esquina con Beethoven Road; después de aquellos horribles momentos de ira ardiente dirigidos hacia él por parte de su madre, su habitación (que parecía más una pocilga) adquirió un ambiente deprimente y desolador. Luego vinieron los lloros y más gritos. Su tía se reunió con su madre al otro lado de la pared, en el pasillo. Hablaban en voz muy alta.

-Es que eres una tonta… Dejas que tu hijo haga todo lo que él quiera… Ahora mírate…

-¡Lo odio, lo odio!

-A ver si aprendes de una vez…

-Es culpa de la abuela. Los ha criado así, ¡unos malcriados que no sirven para nada!

-Ya empezamos…

-¡¡¡¡AHHH!!!! ¡¡¡¡LO ODIO!!!!

Escuchaba los gritos de su mamá quieto, rígido, con los ojos totalmente abiertos mirando al blanco asqueroso que rodeaba su cuarto. Odiaba su familia…

Su madre fue, de toda la vida, una histérica gritona con problemas de hipertiroidismo; su tía, una mujer que siempre buscaba la manera de evitarle; su abuela, una anciana que seguía viviendo en el siglo XIX; y su primo que hacia exactamente lo mismo que su madre, la tía. Esa era su preciosa y happy familia.

Al terminar la tranquila y agradable discusión entre su mamá y la tía, se desmoronó en la cama. Estaba harto de su vida. Su familia parecía no quererle, sus notas en el colegio habían disminuido notablemente, su habitación estaba hecha un desastre, sufría de escoliosis, tenia miedo a salir de cierto mueble, estaba solo, dejaba todos los deberes para el último momento, etc. La palabra felicidad solamente existía los viernes por la noche cuando salía de “parranda” con sus queridos amigos; pero, desgraciadamente, esos momentos eran efímeros.

 Pensó varias veces en quitarse la vida porque cayó en una depresión que parecía no tener fin. Una depresión negra y pegajosa que le engullía poco a poco, dolorosamente sofocándole con sus manos que alcanzaban todos los terrenos de su puta y miserable vida.

Ese era su día a día... Todos los días la misma mierda.

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Sentía la cuerda apretarle el cuello. Dolía. Dolía mucho.  Ahora sabia como se sentía hangman cuando  no adivinaban sus letras. Ya no podía respirar. Su cara enrojecía más y más. Pero no se arrepentía de lo que estaba haciendo.

En sus últimos segundos de vida, escuchó el móvil. Le estaban llamando. Sonó durante veinte segundos aproximadamente hasta que alguien dejó su mensaje después del pitido. Era su madre:

-Que tengas una buena noche. Sepa y entienda que yo te amo y eres la razón de mi vida… Y quiero entenderte. También te pido que me perdones por lo que te dije, pero fue causa de la ira. De verdad que lo siento mucho pero tú sabes cuanto te quiero…

Su cuerpo estaba colgando. Estaba muerto. Pero, como todo el mundo sabe, el oído es el último sentido que se pierde... Había escuchado todo el mensaje y en el fondo de su corazón pensaba:

GRACIAS, MAMÁ. GRACIAS…

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ese día


Andaba por las calles, hacia mucho frío y estaba lloviendo, como siempre hace en Londres. Se oían gatos cerca, peleando. Caminaba, y caminaba escuchando música clásica mientras pensaba en navidad y en que regalos iba a comprar a sus hijas para su primer navidad juntos. Iba contento a pesar del día que había tenido en el trabajo.
Iba cruzando por la carretera cuando su música cambio a algo que parecía como pop/rock, lo habría subido una de sus hijas. El volumen estaba muy alto y no oyó los pitos del coche que acercaba con una gran velocidad.
Se oía el choque de su cuerpo cuando conecto con el metal duro del coche. Dejo escapar un grito silencioso durante su caída al suelo. Por un segundo, se podía oír las voces de su esposa y de sus hijas, estaban diciéndole algo pero como si estuviesen detrás de un cristal, solo podía oír el murmullo. Eso cambió y empezó a oir gritos y sirenas y la última palabra que oyó fue ¡NO! 

Un secuestro inesperado


María, era una niña de 15 años que vivía en un barrio rico, con grandes mansiones y exquisitos jardines, ya que ella procedía de una familia adinerada.Ella era una chica alta, con largo cabello, y ojos claro, tenía buenos resultados académicos y fue educada de una forma muy correcta.Un día soleado ya que era el principio de la primavera, al terminar el colegio iba andando hacia su casa muy feliz ya que la habían entregado las notas y había conseguido grandes resultados, de repente sintió que un coche la seguía, pero sin mirar atrás acelero el paso, no se podía creer lo que estaba sucediendo, estaba asustada y poseída por el pánico empezó a correr, el coche se detuvo y de el salieron corriendo tres hombres encapuchados. María se tropezó y el único remedio que tuvo fue dar la cara ya que no tenía nada con que defenderse, los tres hombres la agarraron y la llevaron a un lugar aislado donde nadie pudiera oírla.Uno de los hombres tenía 18 años, y este fue obligado a secuestrar a la niña ya que necesitaba el dinero, pero este llevaba tiempo observándola y se acabó enamorando de ella, y la dijo:-Llevo tiempo observándote, y necesito el dinero, pero te voy a ayudarte a escapar. Ella asustada contesto:-No se quien eres ni que quieres de mi, solo dejame hacerte esta pregunta: ¿por qué me quieres ayudar a escapar?A lo que el contesto:-Te quiero ayudar porque estoy enamorado de ti.....

La Ciudad

La ciudad nunca duerme. Los coches siempre circulan, el ruido nunca cesa.

En alguna parte de la ciudad, intento dormir, sola. Intento desesperadamente vaciar mi mente, pero la  ciudad no me lo permite. Las horas pasan, aunque parece que el tiempo ha parado. Intento dormir, pero los  sonidos de la ciudad me llevan a otros sitios.

Un vagabundo  duerme en Hyde Park, bajo un árbol, sin más que una manta. El frio invernal es tal que le cuesta moverse y la vida se escapa de su cuerpo. Pero a nadie le importa. La ciudad sigue, despierta.
Una chica joven no tiene más remedio que marcharse, aterrorizada con el señor rico.

“Yo te cuidare, no te preocupes guapa”

Solamente imaginar la cara del señor y la pobre chica me da asco. Sigo intentando dormir aunque el sueño no viene.

Desde la ventana veo los rayos del sol rompiendo el horizonte. Con el amanecer, la ciudad se transforma. El vagabundo y la joven no importan, y ya no existen. Los coches ya no son los mismos, Y las personas también han cambiado.

Pero la ciudad sigue despierta.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Vida, ¿qué vida?


Lucía era una trabajadora y haría lo que sea para dar una vida buena y saludable a su familia. Era una persona alegre y nunca enseña sus sentimientos cuando algo malo le pasa.  Siempre pensaba que en la vida si tú eras una persona optimista y ayudaba a los demás todo saldría bien y te recompensaría.

Era un día de primavera y algo le pasó. Recibió una carta, la abrió y empezó a leerla mientras limpiaba los platos. Se sorprendió tanto que el plato que estaba lavando se le resbaló de sus manos y se rompió. Nunca pensó que ella podía estar en esta situación porque nunca creía que ella iba ser una de las personas que, en su cabeza, merecía perder su trabajo.  

Todo estaba sucediendo muy rápidamente para Lucía. Apenas ayer por la mañana fue al banco para tratar de conseguir una extensión de un préstamo para pagar su deuda, ya que su marido perdió su puesto de trabaja hace un ano  y ahora ha recibido una carta explicándole que ella había perdido su puesto de trabajo también. No tenía nada, ni dinero suficiente para vivir y sin trabajo, su vida cambió de repente y no sabía que hacer. Pasó unos meses y recibió otra carta. Decía que Lucía no estaba pagando la hipoteca y que tenía un mes para pagarlo o se queda sin casa. Otra cosa para preocuparse, no se lo quería decir a nadie porque no quería preocupar a nadie. Estaba estresada, nerviosa y asustada y por eso, le provocó depresion.

Esa semana de nerviosismo estaba muy deprimida y a un punto se tiró al suelo llorando y gritando. “! ¿Por qué yo?!” No podía soportar la situación, estaba completamente derrotada y por la primera vez en su vida no tenía optimismo. Se sentó en el sofa del salón mirando a su casa para la última vez. Lucía sufrió con gran depresión y se olvidó de todo. No sabía quién era, donde vivía y que pasó.

La vuelta.


Después de sus esfuerzos por establecer su vida en la ciudad, con su empleo de obrero de la gran industria, vio que no había nada que hacer y decidió volver a sus orígenes, al pueblo del que había salido su madre, años atrás.Augusto era todavía joven, o al menos, así le gustaba considerarse, aunque rondaba los 40. Físicamente aparentaba menos y él lo sabía; rubio y con ojos verdes, era conocido en su pueblo como el “hijo del inglés”.Su padre, al que nunca conoció, apareció por su pueblo una primavera de hacía ya muchos años, de vuelta a su casa. Su madre, una chica del pueblo como tantas, sin presente y casi sin futuro, quedó prendida de él según lo vio. Milagros, que así se llamaba ella, tenía entonces los 20 años recién cumplidos, marchó con él a la ciudad, creyendo haber encontrado una nueva vida a su lado.Sin embargo, pronto y casi sin darse cuenta se vio sola en una gran ciudad, que le era hostil, con una pequeña criatura a su cargo, vivo reflejo de su padre, “el inglés” como le conocían en el pueblo. Aquella vida, que iba a ser llena de felicidad, se complicó, y se vio abocada a la subsistencia, a buscar alimento para su pequeño como podía.El miedo y la vergüenza no le dejaban volver y tuvo que buscar una solución, su bebé tenía hambre. Encontró trabajo en la fábrica de la ciudad, aquella que daba de comer a la mayor parte de sus vecinos. Con aquello, malvivían ella y su hijo, en una habitación alquilada llena de humedades, viento y frío.Cuando el niño, Augusto, tuvo edad suficiente se puso a trabajar en aquella fábrica y, al principio, parecía que su vida mejoraba. Pero duró poco. Milagros estaba enferma, las malas condiciones en las que había vivido le pasaban factura. Era todavía joven, pero su dura vida estaba ahí para recordarle que no iba a mejorar  y pronto dejó a Augusto solo.Durante años, Augusto siguió en su puesto en la fábrica, repitiendo día tras día aquella tediosa labor, trabajando como un verdadero animal, con la esperanza de crearse un futuro mejor. Pero era imposible, la suerte no le acompañaba y decidió marcharse. Quizá en el pueblo tuviera más suerte.Reunió sus pocas pertenencias en aquella maleta que había dejado su madre y  se despidió de sus vecinos. Intentaron convencerle para que se quedara, que en el pueblo no iba a encontrar nada mejor ni a nadie que le ayudara. Pero fue en vano. Augusto lo había decidido, estaba cansado de aquella vida monótona y sin alegría. Tenía que probar otra cosa.Sabía cómo se había marchado su madre del pueblo y sabía también que sus abuelos no habían querido saber nada más de ella. Dudaba incluso de que supieran de su existencia, pero  tenía que intentarlo. Tenía que intentar una nueva vida.Aquel día llovía intensamente, reflejo de lo que era su vida, triste, fría y gris. Bajó del autobús y por supuesto, no había nadie esperándole. Suponía que nadie sabía de su existencia, pero, por el camino  a su casa, que conocía por las veces que su madre le había hablado de ella y por aquella foto ajada de sus abuelos, uno de los pocos recuerdos que se llevó del pueblo, notó las miradas y los comentarios. No pasaba desapercibido. Los mayores del pueblo parecían conocerle y murmuraban entre ellos, aunque nadie decía nada; así hasta aquella gran casa, llena de geranios rojos en las ventanas, idéntica a la de la foto.Parecía que los rumores habían ido más rápido que él y habían llegado ya a oídos de su abuela. Cuando llegó a la casa, su abuela le esperaba en la puerta y con un mohín que tantas veces había visto en su madre para aguantarse las lágrimas, se acercó a él y, sin mediar palabra, le abrazó. Fue el inicio de su nueva vida.