Eran las ocho de una lluviosa tarde y Patxi se dispuso a cerrar la tienda, su
pequeño negocio familiar en un pequeño pueblo de Navarra situado a pocos kilometros de su casa. Se dirigía
hacia la parada del tren. Mientras esperaba empezó a recordar su pasado: los niños en
la calle, las abuelas haciendo tertulia en la plaza, gente paseando, disfrutando cada día …
Entonces empezó a darse cuenta de la situación en la que vivía ahora, el
radical cambio que había dado la vida, de jugar a la pelota en la calle a jugar
en un pequeño rectángulo táctil, de la alegría que te daba ver a tu abuelo y
contarle tus anécdotas a hablar con ellos por obligación de tus padres, a
esperar con ansia el bocadillo de chorizo a no comer para mantenerte en forma,
hemos pasado del Nokia feo, grueso, pesado a Iphones que te quitan la mitad del
tiempo del día… Llegó el tren, y como cada día paró en el centro de Pamplona, minutos después, cruzó la solitaria calle Marina Garpe y llegó a su casa, antigua, una casa clásica de aquellas que
para llamar movías la campanilla, de las de vigas de madera, aquellas con las grandes chimeneas negras...
Dispuesto a preparar la cena encendió el gas y recalentó las
lentejas del día anterior mientras Mercedes ,su mujer, ponía la mesa. Mientras cenaban
empezaron a conversar sobre el día a día cuando Domingo cambió de tema
diciendo:
-¿Cariño por qué?
-¿Porque qué?
-¿Por qué cambia la sociedad, la vida, las costumbres?¿Por
qué no es siempre igual?
Ella con un acariciándole su arrugada mejilla mientras se
disponía a recoger su plato le dijo:
-Patxi, la rutina no le gusta a nadie.
Se quedó pensativo y esbozó una sonrisa de agradable satisfacción.
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