Emily era una chica rubia y alta. Alta debido a sus
puntiagudos y elevados tacones. Inflada por el botox que le proporcionaba esa
imagen de muñeca de porcelana. En su ropa se veía lo caprichosa que era y lo mimada
que estaba por su jefe y también por sus padres. Una ingente cantidad de crédito
por parte de quien la mimaba se podía
ver en la ropa que lucía con su elegancia y porte.
Estaba pletórica, pues su sueño se había cumplido. Acababa
de demostrar que no era una chica malcriada sino que sabía ascender por sus
propios méritos. Había conseguido ser la
“It-girl” del momento. Estaba acostumbrada. Su entorno le preparó desde el
primer momento para lo que sería su destino: representar lo más superficial,
pero al mismo tiempo, lo que la prensa
amarilla describía como la referencia, ella, la única en que fijarse. Su
estilo. Cualquier cosa que adquiriera con su visa platino, sería la que muchas
otras buscarían sin descanso para imitarla. Su ropa, sus joyas, su forma de
pensar sería imitada por millones de chicas jóvenes. Locales de moda, restaurantes y actos
benéficos…Estos le situarían ahí…en portada.
Sus tacones pisaron las cabezas necesarias para lograrlo. Ni
más ni menos. Y ahí estaba ella. Donde quería. En el candelero. Lo había conseguido.
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