“¡Esther, despierta que sino vas a llegar tarde al colegio!”.
Estas eran las peores palabras que le podía decir María a su hija Esther, ya
que hacía que interrumpiese su estado de descanso y paz, dentro de su mullida y
caliente cama, y tuviese que hacerle cara a lo peor, tener que salir de la cama
para enfrentarse al frío atroz que hacía por las mañanas en su casa. Ese día
Esther estaba tan cansada que sin darse cuenta se volvió a quedar dormida, pero tras diez minutos más de
sueño la insufrible voz de su madre volvió, llamándola desde la realidad para
que despertase del mundo de los sueños “¡Esther, despiértate ya! Me voy a trabajar, espero que no llegues tarde al
colegio porque yo no te voy a llevar en coche que sino llego tarde al trabajo, así que te vas en metro o en bus, ¡ Adiós!”.
Y tras un gran esfuerzo de no volverse a dormir, se despertó, y empezó
a pensar en lo horribles que eran las mañanas y en lo odioso que era madrugar.
Así que se vistió, se lavó y fue a la cocina donde, gracias al enorme ventanal
y a la gran cantidad de luz que había ya que era principios de marzo, se
despertó definitivamente. En la cocina abundaba el olor a café que tanto
les gustaba tomar a sus padres y a
tostadas un poco quemadas que le había preparado su madre, pero como ya llegaba
tarde, cogió una manzana, cogió su mochila el bonobus, los cascos y el móvil y salió
de casa pensando “Es viernes, menos mal que mañana podré dormir más”.
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