En una mañana fría de Londres, Juan se despierta, como
siempre con los parpados desobedientes a su orden de estar abiertos. Tiritando
sigue el largo pasillo de su modesto piso en el este de Londres, con el
propósito de llegar al baño que se sitúa en la primera puerta a la derecha; el
baño no es muy grande, lo justo para que quepa un lavabo, una ducha y un
retrete. Como cada mañana, Juan se dispone a tomar una ducha, primero coge su
toalla, abre el grifo del agua caliente hasta que esta está hirviendo y luego
va abriendo poco a poco el grifo del agua fría procurando regular siempre su
temperatura con su mano, cuando considera que esta es idónea, se desviste y se
introduce en ese chorro de agua, acompañada de una abundante nube de vapor que
lo rodea. A la media hora de ducha, Juan escucha como su madre golpea la puerta
del baño, como todos los días diciendo:
- Juan, o sales ya de ahí o vas a llegar tarde al colegio,
no ves que ya son las 7:20.
Y él respondiendo como todos los días:
- Sí mama, ya salgo.
En este momento Juan se mete en el centro del chorro de la
ducha y aprovecha los últimos segundos de calor antes de salir a la cruda y
fría realidad que hay detrás de las cortinas de su ducha.
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